google-site-verification: google46388f1eb819cd28.html Todo es uno: Resultados de la búsqueda de escribir
Mostrando las entradas para la consulta escribir ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta escribir ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas

jueves, 4 de febrero de 2016

Los poetas y los poetas...



Los poetas suelen estar más allá del bien y del mal, y entonces, puede haber asuntos que no les interesa, aunque al común de los mortales, sí; porque esos "pequeños" temas no están a su "altura".
Desde ya, del dinero ni se hable, eso mancha su corazón santo, eso se encuentra en la órbita de lo prosaico... ¡No! ¡No venden! (pero, puede que no se den cuenta,digamos), que lo hacen si está a su alcance, y por medio de otros vendedores.
Los poetas están más allá de lo cotidiano, aunque su cotidianidad suele ser escribir y escribir; pero, muchos de ellos, no lo hacen con las palabras que uno usa a diario... Son estas, muy profundas; de tal manera que para entenderlas es necesario tener algunas herramientas especiales, para sondear y bucear en lo que dicen; pero bueno, hasta puede llegar a ser muy divertido.
Quizás pueda llegar a servir un diccionario...
De todas maneras uno pudiera llegar a leer a vuelo rápido y pudiéramos sentir, tal vez, que el espíritu de lo que quieren decir pareciera ser bonito; entonces ahí, le puedes comentar, (si te da la gana): ¡Está muy bonito! ¡Muy bello!...
Aunque también puedes ampliar tus frases en halagos... que seguramente ensancharán su ego y agradecimiento; sin embargo, puede puede que también, te ignoren olímpicamente...
Porque son personas que están muy ocupadas en su trabajo de producir y producir... "poemas" (dicen)... que desparraman, como siembra,... te etiquetan para no perder tiempo y ganar las máxima oportunidad, de que sean elogiados y conocidos en su fecunda labor... Es más, son personas tan ocupadas, que es posible que en algún momento soliciten tu amistad, (bueno, amistad, una forma de decir), no para relacionarse contigo, sino, solamente para tener un medio más; donde tu muro sea una plataforma, para propiciar las vistas a sus trabajos, en esas centenares de etiquetas que dan vueltas por ahí...
¡Olvídate que te visitarán (puede que alguna vez si), para evaluar tus simples trabajos!, (por supuesto, aunque sean de la más verdadera poética), los tuyos.
Desde ya, como son personas muy ocupadas y que no viven de su producción (porque no venden,... lo hacen otros), es probable que recibas la notificación, o directamente saturen de etiquetas tu muro; pero, (repito), no podrán tener tiempo de saludarte alguna vez... Eso ya sería prosaico. Está más allá de su sagrada labor... Comprendelos. No son personas como uno.

Ellos no suelen escribir... esas pavadas como esas de: " Me voy a dar una vuelta", "Aquí hace calor", o, "¡Que tal amigo! ¿Cómo vas por ahí?", "Qué cansado que estoy, me voy a dormir"... Todas estas especies son "sacrílegas" para ellos, aunque, desde ya te digo, aquí entre nosotros, estas cosas, también pueden contener la más verdadera poesía. Cómo el hombre poeta que lucha por el pan, por el peso, (que a la vez es el pan), y aunque no escriben libros; ni complicados, ni fáciles, ni tiernos, ni profundos poemas, sino que hacen a la vida,... como un albañil, como un vendedor honesto, como un trabajador simple, que madrugada tras madrugada, siente a la vida, disfrutando o sufriendo... Sí, hay verdaderos poetas que hacen todas estas cosas para hacer andar la rueda de la vida, y además escriben poemas que te sacuden bien, las fibras del espíritu, y sin embargo no viven de sus libros, aunque debieran. Sin embargo, tienen un tiempito para darte algún saludo, algún abrazo sincero aunque esté distante.
Al fin, estos sí, necesitarán que promocionen sus obras, aunque no saturen de etiquetas... Que se promuevan, y se vendan... como hacen otros, que "dicen", que no venden (como si malo fuera esto)...
Compréndelos a aquellos, que están más allá del bien y del mal. Pero no los esperes, así por que sí, porque a veces, muchas veces, se embarran en el prejuicio de vivir.
Bueno, eso es todo en este trozo insignificante y prosaico.
Pasenla lindo, gente de todos lares...



Los poetas y los poetas...Los poetas suelen estar más allá del bien y del mal, y entonces, puede haber asuntos que no...
Posted by Juan Carlos Luis Rojas on miércoles, 3 de febrero de 2016

martes, 13 de junio de 2017

¿Cómo nace un escritor?

La pregunta del título se refiere en especial, a la esencia del escritor, no al acto en sí de la escritura . Por lo tanto, no es motivo de consideración aquí, a lo que fuera falsa consumación, por el simple hecho de escribir; sino que me refiero, ajustadamente, a la conjunción de varias características, generales y particulares, que hacen a un ente complejo, al ser él, continente de ese concepto, un generador de obras determinadas obras escritas; material creado, que habrá de tener cualidades afines al arte de escribir.

Desde ya, entonces, siguiendo este lineamiento, no haría a un escritor el simple hecho de escribir. Muchos escriben (escribimos), pero no encajan (encajamos), en las características conceptuales que aquí pretendo tratar.

Una de las condiciones: La ductilidad del "material" como sujeto creador; ser total y sensible, Objeto y sujeto relumbrándose entre sí, para alumbrar la obra creada.
¿Tiene un determinado sujeto, el temperamento más apropiado para dicha actividad? ¿Tiene (no necesariamente en la estructura formal de la educación) tendencia hacia lo intelectual? ¿Tiene paciencia y perseverancia? ¿Es pasional en la paradoja de su acto reflexivo,... racional e imaginativo a la vez? Ironizando: ¿Tiene "madera", o es de madera?

Bueno, las cosas se pueden mejorar, aprender. Sin embargo, no tanto. Existe lo que se llama: la "semilla" o el "germen vocacional". Esto no se manifiesta de manera evidente, pero está por ahí, en el espíritu, quizás desde temprana edad. Esa vocación puede desenvolverse con curiosidad intensa, como una de sus manifestaciones. Curiosidad oculta o quizás inquisidora. Un niño pude mostrarse reflexivo, o dispuesto a las preguntas relevantes; interesarse por lo desconocido y también por lo que hace a las relaciones humanas. En cierto modo tener un hábito cuestionador, que apunta a buscar fundamentos, especialmente cuando aún no entró en el estadio donde ya es reconocida la incertidumbre y la ambiguedad como parte de la vida. Cuando aún no llego a discernir los diversos parámetros de la relatividad.

El inquisidor se manifiesta abiertamente a los demás, es dispuesto a las relaciones; en cambio el que oculta su curiosidad investiga por sí solo.
Quien se maneja más internamente, es profundo, pensador, reflexivo. Llegada la ocasión, estas cualidades darán particulares características al conjunto de su obra. Incluso influirán en la preferencia del género y los niveles de intensidad o de profundidad.

Cuando el ser, como ente pensante, y con estas condiciones en su espíritu e intelecto, llega a tomar conciencia que vivimos en un mundo semejante a un libro descompaginado, es allí donde, desde la plataforma de su mente, intentará buscar el ordenamiento de esas páginas, según su percepción.

Se dará cuenta que el trabajo es árduo y puede que lo crea imposible de lograrlo (lo cual no estará muy errado). Quizás concluya que tal empresa estará llena de incertidumbres. Puede darse cuenta además, que ese libro, no sólo está descompaginado, sino que también le faltan páginas de transición. Ve entonces la necesidad de reescribir y reordenar el pensamiento formal; cuestionar los sistemas, apoyar partes, rechazar otras.

La intensidad de ese anhelo de reconstruír lo empujará a ser partícipe, de alguna manera, en la corrección o reescritura de algunas de esas páginas, creándose así, un habitante no estático, no pasivo, en contribución a este, nuestro hogar, que es la Tierra. Se convierte en un ser proactivo hacia el Hombre mismo.

Según lo que haya incorporado en su crecimiento, su desarrollo de espíritu como potencial escritor, administrará una tendencia que se corresponderá en menor o mayor grado con lo que tendrá que ver de alguna manera con la justicia, y en la construcción de un nuevo humanismo. Es eso, lo atinente a todo artista.

Es aquí donde puede concatenarse con la fuerza del anhelo, la necesidad de transmitir las ideas o los sentimientos para plasmarse en el escrito, y en el género que apetezca a la formación de ese temperamento y ese intelecto.
Es una pulsión que en un momento estalla. Lo impele, lo impulsa a empezar a caminar gradualmente en la trama particular de su obra.

Es válido que esta apetencia pueda nacer con una necesidad de catarsis, debido al ideal inherente, pero producida por la presión externa, directamente proporcional a su sensibilidad. Es en este punto donde puede generarse un sentido de misión, que, dependiendo de su temperamento, será variable en su intensidad pasional.

Quizás, por cierto pudor, el escritor no se esclarecerá. Puede que ya en su adultez, la carga implícita de ser, haga un "clic"; quizás por algún sacudimiento profundo en su espíritu; es en la niñez, sin embargo, donde se habrá encendido la llama de la comunicación e interacción dialéctica con el mundo; bastaría conocer las circunstancias que han conformado sus vivencias para tener una idea de su gestación. Quizás se podría prever, hasta cierto grado, hacia dónde apuntará.

Hay entonces, en mi opinión, algunos pilares básicos en donde se apoyará la plataforma de ser escritor.

Actividad del pensamiento y creación de la voluntad. (Consideración reflexiva de la realidad; adquisición de las herramientas intelectuales, formales o de autodidacta; recursos que armarán su banco mental de trabajo). 

Temperamento. (Que lo llevará a "inmiscuirse" en su entorno, con el imperativo de influír para modificar la realidad).

- Concreción de su obra. (Esto dependerá de sus circunstancias, esfuerzos, disciplina y especialmente la intensidad de sus anhelos, lo que está acrisolándose en el cantón de las ideas y los sentimientos).

Además del esfuerzo, la inspiración, es ese "aire", energizante, misterioso y divino, el que nos empuja (en diversos temas de la existencia), a llevar oxígeno por las arterias multifilares que están ramificadas en la vida. Objetivo que coadyuvaría al arte verdadero.
                                                               
Autor: Juan C.L. Rojas

martes, 10 de octubre de 2017

Hacia el nuevo hogar

(De la serie: "El niño, el muro... y la libertad" Juan C. L. Rojas

   En esa mañana de sol a pleno, su mente tejía confusos colores. No los colores que la hermosa mañana avivaba en los rosales y en las dalias exuberantes del jardín; no los tonos, verde pastel, de irupés y camalotes flotando en la laguna, allí, detrás de la casa; tampoco los del bosque allá, en la otra orilla misteriosa de esas aguas calmas. No, no eran esos los colores que ahora lo inquietaban, sino los que se movían en el profundo interior de su alma.
Sentía un estado de conciencia a medias, donde el factor dominante era la duda, la incertidumbre.
   Quizás porque no veía otra opción, su única respuesta era la que involucraba huir del pasado, entrando sin renuencias a las circunstancias que iban apareciendo delante de él, o a pesar de que le fueran impuestas; y que esto resultara en tapar los recuerdos, insuficientes afectos…, introduciéndose de lleno en el miedo y el dolor.
   Tal vez era una forma de buscar puertas de salida a todo eso, o una puerta de entrada que lo llevara a satisfacer alguna carencia que ni él mismo, por ser niño, entendía bien de qué se trataba.
Ya había escuchado algún comentario,... decisiones con respecto a él, palabras dichas a su espalda. "Los adultos deciden sobre la vida de un niño", pensaba, "después de todo el abuelo es bueno, aunque no sabe ni escribir. El también fue abandonado y encontrado en los bosques del Paraguay, cuando era chico. Al final no conoció ni a sus padres, sólo a un hermano, ya después de viejo... Dicen que la guerra…"
   Mientras en su pensamiento todo se mezclaba, vio a su abuelo acercarse. Este respiró hondo sofrenando un suspiro. Palmeó cariñosamente el hombro del niño en un gesto poco acostumbrado…
   -Vas a ir con el doctor, mi’jo. Seguro que vas a aprender muchas cosas –le dijo con una sonrisa que pretendía ocultar algunas lágrimas, las que aparecían inevitables y aumentaban el brillo de sus ojos azules.
El abuelo, de buen carácter, de fácil sonrisa, de porte físico mediano, sumamente trabajador y con el concepto de la honestidad grabada a fuego en la sangre, no sabía ni leer ni escribir y era casi el único sostén de la familia, que se componía más de nietos que de sus propios hijos.
   El espacio de tierra que poseía estaba siempre cultivado con árboles frutales, verduras, e incluso tabaco, que luego de cosechar con su esposa, lo procesaban caseramente para venderlo en el Paraguay o en el vecindario de la isla.
Tenía aves de corral y algún ganado vacuno que carneaba de tanto en tanto, y leche para consumo familiar. Todo esto le demandaba actividad desde la madrugada; porque además era empleado estatal de salud pública del Chaco. El pequeño sueldo obtenido, cubría apenas los gastos hogareños que no lograba hacerlo con la producción casera.
   Conformaban una buena sociedad el abuelo y la abuela; él, correntino; ella, paraguaya. El, atendiendo no sólo lo de la casa, sino también la actividad externa; y ella ocupándose de todo lo doméstico, aferrada a una pipa siempre humeante, y un rebenque eternamente bajo sus brazos con el que domaba tanto a niños como a los animales.
   El origen de la conformación familiar y el asentamiento en una isla del Chaco argentino, habría que rastrearlo en los vericuetos políticos, intereses económicos de las grandes urbes (corrupciones incluidas) y las guerras asociadas. Todos sus hijos nacieron en el Paraguay, y la mudanza fue la resultante de inestabilidades políticas. Pero, de todo esto, no siempre le llegan a un niño los elementos de la comprensión de sus orígenes o la atenuación de las consecuencias de esos desarrollos y sus resultados.
   El niño no entiende que en la burbuja de su pasado cercano y su origen ya están incluidos los condimentos de su presente.

   La lancha saldría a las once de la mañana hacia Paso de la Patria. La preparación para el viaje era escasa; pocas y modestas pertenencias; sin embargo la sensación que percibía era la de una marcha definitiva, un viaje sin regreso.
A la hora de la despedida, los primos y hermanos rondaban cerca, silenciosos, sin más expresión que los ojos bien abiertos clavados en él.
Miró por última vez hacia "el bajo", allí donde el río al crecer, descargaba algo de su fluido formando una laguna. Dio un vistazo a todo el panorama desde donde estaba un aliso estaqueado, hundido horizontalmente a ras de la tierra, en el borde del patio posterior de la casa; ese tronco estaba colocado ahí para detener la erosión del terreno. Prolongó su mirada hasta el fondo, allá donde acostumbraba a cantar la garza mora, cuando aparecía en el bosque al amanecer, del otro lado de la laguna. Volvió su mirada y la detuvo brevemente en el pequeño puerto improvisado, al que muchas veces despejó de irupés y camalotes, para el trabajo de lavanderas, que le estaba asignado a sus primas y hermana. Volvió más atrás su vista, nuevamente dirigida al borde del patio, bajo el árbol de paraíso donde en ese momento dormía Rompe, el viejo perro de la casa. Mientras tanto, Díquel, el perrito con que jugaba a menudo, parecía saber de su partida; giraba y giraba a su alrededor, moviendo incansable su corta cola.
   -Che cunumí (mi muchacho), atá ese animal –dijo el abuelo a otro de sus nietos.
Al fin se despidió. Saliendo de la finca, caminó por el pasillo largo ubicado a la izquierda. Debido a la sombra de los árboles la tierra todavía conservaba la humedad del rocío. Mientras caminaba surgía en su mente un replanteo insistente de cosas y circunstancias que traía el recuerdo.
Los mamones altos a su derecha, sumamente quietos, prolijamente en línea, como formados para guardia de honor, parecían decirle adiós en silencio. Detrás de esa línea de árboles frutales aparecía el mandiocal, que empezaba a asomar joven sobre la huerta. A la izquierda, flanqueaba su camino un alambrado de púas tensado sobre postes viejos, de los que en una oportunidad, uno de ellos no resistió el peso de su travesura rompiéndose; así pagó entonces, con sangre de sus piernas, el pase a la casa del vecino.
   Cerró el portón prolijamente y ajustó el cierre del bolso; mientras lo hacía, observó la puerta abierta del almacén de al lado; surgieron entonces en su retina los trazos gráficos de la libreta de crédito y con ello la semblanza del abuelo, su escrupulosidad en pagar la deuda sin pasar ni un día más de lo acordado.
A los once años de edad no entendía cabalmente la dinámica del dinero, pero sí sabía cómo afectaba su carencia por las restricciones que imponía, hasta en las necesidades tan vitales como la alimentación; es más, sabía que era debido a estas restricciones, y no sólo a la búsqueda de futuro, que tenía que marcharse.
Si bien ignoraba los parámetros con que se movía el mundo de los adultos, sí llevaba incorporada en su conciencia las normas del cumplimiento y la honestidad tantas veces platicada por el abuelo en los momentos de la sobremesa, especialmente después de la cena.
   En esta despedida no podía definir si en su sentimiento había realmente tristeza o era que pesaba más la curiosidad, la posible alegría de lo nuevo. Sin embargo sentía los abrazos de la isla, los de sus sombras y sus luces, la humedad cercana de los ríos, sus frescores; los sentía como el adiós a lo amado.
Subió al terraplén, callejón pavimentado y sinuoso bordeado de eucaliptos que lo llevaba hacia el puerto. Ahora, una voz que difundía el aire conseguía aquietar sus pensamientos; era el murmullo del río traído por el viento y también el sonido de las ramas de los árboles azotándose en sus copas. Caían las hojas y él se veía como una hoja más, ahora dejada al viento.
   Cuando bajó al muelle los tripulantes de la lancha estaban en los preparativos finales de carga; como casi siempre, había una mezcla de castellano y guaraní en el habla de la gente; eran generalmente conocidos entre sí y mezclaban cordialidad y bromas con la intensidad del trabajo.
   -¡Oh! Mba’éicha pa che ra’a (Como estás mi amigo). Vos sos el nieto de don Tabí, ¿no? -lo recibió cordialmente el lanchero.
   -Si, buen día, -contestó con algo de timidez.
-Así que te vas con el doctor Palowski… Me contó tu abuelo.
El lanchero hizo sonar sus palabras como apropiándose de cierto orgullo que suele darse cuando la humildad se une a la ignorancia; a veces, como una manifestación de solemnidad fetichista, dirigida hacia la formación profesional o a un determinado status social. Palowski es un apellido polaco, pero el doctor era alemán. Consiguió su nueva documentación con ayuda del Vaticano, cuando Alemania perdió la guerra. También obtuvo, con esa documentación y pasaporte, una orientación hacia qué países dirigirse; donde no fuera “molestado”.
-Sí –contestó parcamente el niño.
-Bueno, si querés, subí; acomodate donde puedas ch'amigo.
Subió con cuidado debido al balanceo de la lancha y se ubicó en el lateral de babor, para dejar libre el paso de carga por estribor, que era el lado por donde estaba amarrada la embarcación.

¿Son los recuerdos como ondas cósmicas del tiempo, circunstancias repitiéndose infinitamente? Así le parecía este momento; como un recuerdo convirtiéndose en concreta realidad presente.
Ahora, nuevamente se movía el mundo, su mundo infantil. Se movía con la lancha, con el muelle, con los árboles, y todo con el río. Como aquella vez, cuando vino a la isla en su primer regreso, cuando en esa oportunidad involucró también otra despedida, la de su padre. Sentía otra vez esta mezcla de recuerdo y realidad palpable. De nuevo vibró ese pequeño mundo solitario dentro de otro mundo mayor, desconocido e indiferente hacia él.

Ya todos a bordo y con el amarre liberado, la lancha se alejaba lentamente del muelle adentrándose en el río Paraguay, luego bajaría un corto tramo hacia el Paraná, que estaba allí nomás, a la vuelta del recodo de la isla. La turbiedad acentuaba el misterio del río que batía sus lenguas infinitas salpicando los rostros pensativos; también salpicaban los sueños, dentro de esas mentes casi adormecidas por el ruido del motor. Juancito miró hacia atrás; siempre le intrigó hacia dónde se dirigiría la extensión del río. ¿Qué hay río arriba?... Querría remontarlo alguna vez. ¿Es el deseo el embrión de un sueño? ¿Es el sueño un camino donde sólo hay que ponerse a andar? La luminosidad del espacio más abierto lo retrajo de sus pensamientos, cuando en ese punto de la navegación la desembocadura se abría ya casi tocando al río Paraná.
En dirección a proa no se veía la costa. Ahondó la mirada en el engañoso espacio infinito. En el horizonte sólo se veían algunas gaviotas. Volvió la vista hacia lo que dejaba atrás. Debajo de la popa el río espumaba blancura, la que contrastaba con los diferentes verdores de las costas (paraguaya y argentina) haciéndose más vivos gracias a el sol de la mañana.
-¿Querés un mate, Juancito? –le preguntó el lanchero, apartándole de su abstracción en el paisaje.
-No, muchas gracias don Arévalo –respondió, mientras modificaba su postura sobre un listón de la quilla, donde estaba apoyado.
Estaba ubicado cerca de la cabina y podía escuchar la conversación del lanchero y su ayudante.
-¡Cova co Gomecito ra’y! (¡Este es el hijo de Gomecito!) –continuó Arévalo, ahora dirigiéndose a su ayudante. Lo hizo con cierto tenor de respeto machista, a lo que se refería. Palas, el ayudante, no respondió.
-E jhendú pa jhina (¿Me estás escuchando?) –reclamó Arévalo, en tono burlón.
-A jhendú (Oigo), –respondió Salas, a desgano.
-Hijo’e tigre co cunumí (¡Es hijo de tigre este muchacho!) –enunció de nuevo Arévalo, con clara intención de zaherir a su compañero.
-¡Bah! ¡Maba pa tigre! (¡Bah, quién es tigre!) –dijo Palas, tratando de neutralizar la chanza infligida...
-¿Maba pa?... (¿Quien?...) Ja ja ja… Me dijeron, que con Gómez te salió mal lo de la rubia aquella.
-¡Bah! ¡No pasó nada! –se defendió Palas. Arévalo largó una risotada.
Como premisa inevitable, esta conversación llenó su mente de preguntas e inquietudes referidas a su padre. ¿Qué conocían de él estos hombres? ¿Cuáles fueron las andanzas de su padre por estos lugares? ¿Saldrá alguna vez de la cárcel? ¿Lo volvería a ver?
Ahora, la lancha entraba en el planchón más claro y amplio, al cruzar la línea divisoria que producen las corrientes y las diferentes turbiedades de las aguas. A la derecha del panorama de popa se desarrollaba la punta del continente paraguayo; esas barrancas también habrán de quedarse entre aquellas cosas que habrían de alimentar su curiosidad y se añadirían, a la sumatoria de inquietudes insatisfechas. Los monos carayaes estaban silenciosos en la silvestre vegetación; es en el ocaso cuando estos suelen alterar escandalosamente el silencio del lugar; sólo una canoa pequeña, tal vez pescadora, aparecía casi camuflada por el tupido follaje. A la izquierda todavía se notaba la isla en la prominencia de su cerro, el cual remataba su cresta con la fachada ambarina de la iglesia principal.
En este punto de la mirada, vino a su mente el recuerdo de aquellos preparativos inconclusos para el catecismo y los rituales religiosos que jamás pudo entender. Allí apareció en el recuerdo los juegos y travesuras, las andanzas en el bosque y en el río. "¿Volveré algún día a navegar sobre los troncos, los alisos traídos por la inundación?". Al volverse hacia babor, una estampa conocida pero casi fantasmal cortó sus pensamientos; desde el horizonte bajaba por el río una jangada; a lo lejos era sólo una tosca línea derivando sobre el agua. Encima de esa línea había una pequeña figura que parecía ser la de un hombre erguido y cerca de éste, la de otro hombre sentado. Aparentemente tomaban mate.
...Sí, eran hombres nomas, no fantasmas, los que navegaban sobre un tendal de maderas bañadas por el agua; pero a la distancia, el conjunto parecía un simple garabato dibujado en la página acuosa del horizonte. Bajaban a la velocidad lenta de la corriente sumada a la fuerza inercial del maderamen, el cual tenía un tamaño desproporcionado con relación a la cantidad de sus tripulantes.
De nuevo surgieron la inquietud y esas preguntas que se apilan en el arcón de los misterios que suele atesorar un niño. ¿Cómo es que a esa gigante acumulación de inerte vegetal, puede dominar y conducir un pequeño hombre cabalgando a la intemperie sobre la húmeda planchada de troncos?...
Pasó la jangada por atrás de la lancha; casi al filo de la distancia audible de un sapucai (grito); pasó con su respuesta de silencio. Golpeando con la instigación de la curiosidad a esa mirada de niño; mirada perdida ahora en la llanura blanca; perdida en el horizonte verde y en la opacidad de la distancia.
En el medio del río el motor de la embarcación con su ruido monótono jugaba a vencer los sentidos, sin embargo, muy tenue ahora, como esbozo de dibujante, empezaba a divisarse la otra costa, mientras la primera se perdía a lo lejos con la estela de la lancha.
Corrientes aparecía brillante bajo un día de sol al momento de la siesta provinciana de uno de sus pueblitos litoraleños, Paso de la Patria. El alemán, el doctor, con su uniforme de médico, estaba todo de blanco esperándolo ahí mismo en el muelle, parado a la media sombra de un techo de protección; tenía las manos detrás de la cintura y en su cabeza una gorra de tela floja que le caía sobre la frente y las orejas. Seguía inmóvil mientras amarraban la embarcación. El niño notaba sobre sí la mirada escudriñadora, persistente, sin más gesto que el silencio del alemán, que mostraba así, un atisbo de la actitud severa y militarizada con que era conocido; continuó así, aún hasta después de haber bajado el niño, y habérsele acercado.
-Buenas tardes, doctor –saludó entonces, Juancito.
-¡No, así no! -Reaccionó el alemán de manera áspera-. ¿A ver? ¡Párate bien!... Así, firme, e inclinas la cabeza… Ahora sí, buenas tardes.
Juancito obedecía mientras algunos pasajeros y tripulantes miraban sorprendidos, o risueños y en silencio, esa escena. –Le hizo repetir el saludo incluyendo todo el proceso formal.
Luego de esta primera lección caminaron callada y largamente hasta lo que sería su nuevo hogar. No podía evitar la tensión de ese silencio. El alemán caminaba a grandes zancadas delante de él, y su atuendo blanco, ahí, a un paso de distancia, irritaba sus ojos al reflejar la luz; el niño hacía descansar sus ojos dirigiéndolos hacia la gramilla amarillenta entre el polvo reseco del camino. A pesar de que el sol mostraba su fuerza desde arriba; en su optimismo de niño, Juancito lo sentía como un poderoso dios protector; optimismo al cual coadyuvaba la curiosidad sobre lo extraño del lugar, la conformación urbana, la ubicación más ordenada de las casas, las calles bien definidas, los autos, y otro tipo de gente.
En realidad quedaba sólo a unas cuadras el lugar a donde se dirigían, pero la incomodidad psíquica inducía en los sentidos la exagerada extensión del andar.
A la izquierda se podía ver algunos "lamparones" del río en los claros que se formaban entre árboles y edificaciones lindantes con la costa. Todo estaba calmo, no había viento y no se oían las olas rompiendo contra la barranca. El itinerario de la caminata la mantuvieron a una cuadra de distancia del río, y respecto del mismo, también esa era la ubicación de la casa del alemán.
Juancito comprendió que llegaban, cuando el alemán cruzó un puentecito sobre la cuneta, el cual daba frente a un portón de hierro y alambre tejido, justo en la mitad de la parcela amurallada. Esta encerraba huertas, árboles, chiquero, gallinero, jardines y dos casas; una en cada extremo del terreno.
El portón rechinó con estrépito al abrirse, pero no llamó la atención de una mujer que en ese momento regaba las plantas. Esta siguió en su labor mostrando total indiferencia a los recién llegados. Parecía malhumorada.
-¡Señora Antonia! –dijo en tono amonestador el alemán al acercarse. Sólo entonces, ella levantó la vista hacia él y dirigió una mirada de soslayo, casi reticente, al niño.
Esta escena dejó abierto en su entendimiento un panorama de curiosa incertidumbre que le producía un incómodo escozor, pero ahora, sin otra vía de salida, este era su nuevo hogar, y debería aceptarlo, aunque lo sintiera como una nueva imposición; un mandato que no podía, o no sabía cómo evitar.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

sábado, 8 de julio de 2017

Idioma y comunicación

Tampoco nos engolosinemos con eso de, "la riqueza de nuestro idioma"... y qué?? Preocupémosnos, más bien, por la flecha certera de nuestra semántica, si es que tenemos algo para decir.(Que esa riqueza,  muchas veces, puede jugarnos una mala pasada)
Juan Carlos Luis Rojas

ESCRIBIR
https://todo-es-uno.blogspot.com.ar/search?q=escribir

miércoles, 8 de febrero de 2017

Vida de poeta

Salvo por la ayuda de mecenas, cortesanos y algunos otros, los poetas, bardos, juglares... cantaron, cantan por cantar... Por ser y esencia. Pero que bueno si pudieran vivir de su dar, para que su canto sea  más y mejor, y no estén distraídos en la vorágine prosaica de la vida.
Juan C. L. Rojas

"...Hay muchos escritores que viven de la escritura, pero por lo general se trata de novelistas, cuentistas o ensayistas. Acá cabe, además, preguntar acerca de la diferencia de denominación. ¿Es un escritor el poeta? ¿El poeta es un escritor? No es algo que vayamos a tratar en esta nota, pero sin duda que hay diferencias, tanto en el producto como en su naturaleza. Hay también muchos poetas que viven de escribir, pero de otro tipo de escritura, la periodística, la ensayística, la circunstancial de modo de rebuscárselas en la vida. Poeta, lo que se dice un poeta que viva de la poesía no conozco a ninguno.

Los hay traductores, empleados de librería, representantes ante organismos internacionales, promotores de libros, comentaristas de libros escritos por otros y hasta cancilleres.

Ni hablar si uno se pone a hurgar en la historia de la poesía. Eliot era banquero, Neruda embajador, Borges director de la Biblioteca Nacional, Juanele trabajaba en el registro civil de Paraná, Yánover era librero, Pessoa empleado público y Rimbaud contrabandista..."
http://www.fernandopeirone.com.ar/Lote/nro094/poeta.htmO