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miércoles, 8 de marzo de 2017

Día de la mujer

¡Muchísimas Felicidades, a toda mujer en su día!...

Silvestre

Si acaso lo impávido es...
si acaso lo inmutable,
Inconmovible como natura y vibrante...
Mujer!!
Mas,
sensible en deseos
de sueños
de anhelos...
Te levantas
como flor silvestre
al sol,
mujer!!
Y allí exuberante
de belleza,
fecunda,
pasional.
Como la Tierra
presta a parir
de nuestra siembra.
En un pedestal te elevas
en el asiento de los tiempos.
Revives tu corona
cada día
en el hoy
en este instante.
En lo silvestre,
oliendo a verdes perfumados,
allí estás...
Sencilla,
mas sofisticada y genial,
que ya no pueden mis versos...
sino
¡la sustancia suma
de soñarte!
Autor: Juan Carlos Luis Rojas

...

Distracción

Activo en mis pasos...
y veo que rondas
por allí
en esos patios etéreos...
y haces siluetas
piruetas de golondrina,
trazando aire festivo
en mi pensamiento.
Distracción vital en mis ojos.
Distracción
como esencia del camino...
Dejo de verte porque te miro,
te observo.
Y me invitas a un frente a frente
sobre la mesa...
y es saborear lo servido
con aderezos de magia
con el cruce de luz
en las miradas,
fulgurante chispa
de amar.
Sé que vibran tus sentidos
desde la punta de tus dedos
aunque te vayas
y yo regrese en la insistencia...
ingrávida, ave azul,
que mis auras
rozas
con tus alas,
y pasas...
pasas...
en ese constante
incierto regreso,
por un vértice voluble
del horizonte.
Lentes ultradireccionales
son mis ojos
hacia tu estrella
y su vuelo de cometa/
Mi pecho aspira
el aliento de su vuelo.
Sincronizar nuestros suspiros
pudiese
el ritmo de nuestros latidos,
para aventurar
una música de la ternura
una melodía del amor...
Distracción,
donde frente a frente
bebemos el regocijo,
mientras cantan nuestras manos
sobre las cuerdas de las caricias
al abrigo
de santa llamarada,
que purifica nuestro andar.
Una melodía dulce suena...
que tiene trinos y murmurios de manantiales...
y tiene la fuerza de ritmos ancestrales
como la sangre fluyendo
desde tiempos inasibles,
conecta a nuestros cuerpos
en vivaces armonías,
tremolando en el aire sutil
de los suspiros.
Un vaivén de fuego acompasa,
donde toda flama es entrega
al pedestal de la caricias,
al sentir del ensueño,
al hacer del amor
en lo profundo de los besos,
que solazan en instantes
de placentera eternidad.
Allí quedan los resquicios
donde se avivan
los anhelos fervientes,
tuyos y míos,
donde manan
de aquello que inspira
el elixir latente
en nuestros poros
que estallan
en los orgasmos benditos
de la aurora.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

....

De otras maneras, madre

Desde que hubo el temblor
en la primera alborada de la semilla...
y cuando en el cosquilleo de la sangre
declamó la emoción sus sinos y misterios...
hubo el sabor anticipado de los besos
¡creciendo!
con el húmedo resplandor en los labios.
¡Y luego las manos!
tanteando en el vientre las caricias venideras,
tanteando los pasos de un tierno palpitar...
¡Pasos!...
sacudiendo la pereza de los días
hacia un renuevo de esperanzas y de sueños.
¡Madre!
De muchas maneras, madre.
La que pudo y aquella que no
y sin embargo el arrullo de amor
fue un poema
desliéndose en su pecho.
La que fue y no fue...
Donde la historia hizo un jirón
y el desapego hecho un desgarro
donde dar, acaso,
fue vida y alas...
donde la poesía de vivir
perduró su canto
con el dolor,
con el perdón,
con el amor.
Que se iluminen entonces
sus ojos de crepúsculos,
con la chispa de la algarabía,
con la estirpe piadosa del canto
en la comprensión de lo divino
y perfumada bendición.
¡Felices sean tus días,
de cualquier manera,
madre!...
Mujer!!!

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

jueves, 10 de noviembre de 2016

Distracción

Activo en mis pasos...
y veo que rondas
por allí
en esos patios etéreos...
y haces siluetas
piruetas de golondrina,
trazando aire festivo
en mi pensamiento.
Distracción vital en mis ojos.
Distracción
como esencia del camino...

Dejo de verte porque te miro,
te observo.
Y me invitas a un frente a frente
sobre la mesa...
y es saborear lo servido
con aderezos de magia
con el cruce de luz
en las miradas,
fulgurante chispa
de amar.

Sé que vibran tus sentidos
desde la punta de tus dedos
aunque te vayas
y yo regrese en la insistencia...
ingrávida, ave azul,
que mis auras
rozas
con tus alas,
y pasas...
pasas...
en ese constante
incierto regreso,
por un vértice voluble
del horizonte.

Lentes ultradireccionales
son mis ojos
hacia tu estrella
y su vuelo de cometa/
mi pecho aspira
el aliento de su vuelo.

Sincronizar nuestros suspiros
pudiese
el ritmo de nuestros latidos,
para aventurar
una música de la ternura
una melodía del amor...

Distracción,
donde frente a frente
bebemos el regocijo,
mientras cantan nuestras manos
sobre las cuerdas de las caricias
al abrigo
de santa llamarada,
que purifica nuestro andar.

Una melodía dulce suena...
que tiene trinos y murmurios de manantiales...
y tiene la fuerza de ritmos ancestrales
como la sangre fluyendo
desde tiempos inasibles,
conecta a nuestros cuerpos
en vivaces armonías,
tremolando en el aire sutil
de los suspiros.

Un vaivén de fuego acompasa,
donde toda flama es entrega
al pedestal de la caricias,
al sentir del ensueño,
al hacer del amor
en lo profundo de los besos,
que solazan en instantes
de placentera eternidad.
Allí quedan los resquicios
donde se avivan
los anhelos fervientes,
tuyos y míos,
donde manan
de aquello que inspira
el elixir latente
en nuestros poros
que estallan
en los orgasmos benditos
de la aurora.


Autor: Juan Carlos Luis Rojas

miércoles, 11 de febrero de 2015

Marcha de fiscales, homenaje a Nisman

18 de febrero 2016

Me indigna sobremanera que a un año de la muerte del fiscal Nisman, aún no haya un camino cierto hacia un justo veredicto, al menos un atisbo de salir de la forma mamarrachesca actuada.
Me indigna que, AÚN LA "INVESTIGACIÓN" ESTE TRANSITANDO FORMAS RIDÍCULAS DE "CONCLUCIONES" DE LOS OPERADORES JUDICIALES (y no por Nisman, en si, sino por la gravedad institucional que esto significa).


‪#‎Nisman‬ ‪#‎BusquemosJusticia‬
Además de muchas razones que contemplo, separo simplemente esta:
Creo que se debe apoyar la marcha de homenaje y consideración, al macro evento lamentable de la muerte del fiscal, Natalio Alberto Nisman, por todo lo que implica.
En especial, debido a la falta de consideración de las altas esferas del poder político de turno, dado que no le ha dado la suficiente entidad a tal suceso, sino que, a vistas y manifiestos, ha sido todo lo contrario: le han respondido con procederes injuriosos y lamentables.
Esta marcha debería estar al margen de banderías políticas, pero que desde ya descuento, que algunos participarán con motivaciones partidistas.
Creo que la ciudadanía en su conjunto rechaza esto último, pero nuevamente estoy convencido, que en esta ocasión, pesará más el sentido de justicia que el egoísmo. Ojalá sean las motivaciones de lo primero y más elevado, las que primen por sobre lo sectorial.
Si bien, dejo al margen las consideraciones sobre las formas de esta muerte, (que ojalá pueda determinar bien la justicia), no se puede negar todo el trabajo, el sentido del deber, y la valentía del fiscal Nisman, durante el desarrollo de su labor en las condiciones complicadas y peligrosas de dicha gestión.
Inevitablemente, flota en el aire algunas palabras de Mahatma Gandhi, dijo Gandhi:
"Es fácil disparar, lanzar una bomba contra un hombre en la oscuridad, pero es difícil ponerse frente a frente de día y desafiarlo. Uno puede estar dispuesto a usar secretamente la violencia contra un hombre que tiene poder, pero acobardarse en su presencia. La violencia puede exigir cierto valor físico, pero no tiene valor moral. Y puede implicar que uno puede temer a su adversario, pero no a la muerte misma. Para mí la no violencia, en cambio, requiere mucho más valor que el manejo de la espada."
Gandhi.
Ya cerrando la tarde de este día miércoles, 11-2-15... Tengan todos muy buenas noches, amigos!!
Siempre, Sea Justicia.

domingo, 23 de octubre de 2016

Esta música

¡Ah esta música fragante!...
que se desliza melancólica a veces
/¡suspendida!/
...en los botones celestes del amor.

Otoñal Ausente
Primaveral Festiva
Inquietud dolorosa y placentera.

Esta música callada...
Tonos silentes que hieren de caricias/
que perfuma el corazón
con la envolvente ansiedad de los azahares.

Esta música de aves...
que suena en mi pecho
inflamando su fronda
de anhelos de sueños.

Esta música...
aguza los sentidos del poeta
mimando al aire
la luz
el trueno...
cuando transita
(como tu recuerdo)
en la memoria de quien te ama.

Este concierto de colores y geometrías
que el alma siente/
Es un canto de incertidumbres y esperanzas/
terrenas alas migratorias/
celestes astros errabundos.

Es dulzura
que cuece de tanto en tanto
la sal de las lágrimas.

Estas ondas melodiosas
esperan la canción de tu hermosura/
que deje mi frente en las estrellas
y en la tierra mis pies inquietos
¡allí!
donde tú rondas.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas



miércoles, 7 de marzo de 2018

De la vida

Este atardecer,
que camina risueño por las veredas
dibujando faros en las esquinas
amacando su marejada
entre flojas baldosas
y hojas danzantes
de incipiente otoño...

Este atardecer,
que me lleva
por ambiguas penumbras
donde la luz va renaciendo
en ecos de la memoria,
donde el sabor
se presta alucinado
en dulces sentires
floreciendo en sus candores...

Zitzaguea su brisa,
desde mis ojos 
y entre mis huesos,
con las razones misteriosas
que me convocan...

Es hálito de vida
que late en mi pensamiento
que va conmigo
y avanza
hasta el peldaño siguiente
del tiempo
aunque el otoño
insistente,
derrama ya
su bálsamo
de blanca cerrazón,
a esa corona
que calza
la frente erguida...

Y sigue su marcha
en el camino
donde esculpe
variopintas diademas
en el andariego crisol
de los sueños.

Este atardecer
de la vida
irá hacia su noche,
a su manto
oscuro y sideral
a prender luciérnagas
a marcar
sus cadencias
de sinfonías estelares,
otros compases
acaso...
¡oh, si pudiesen
nutrir las almas!

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

martes, 16 de mayo de 2017

Consenso del Congreso para una salida jurídica por el fallo de la Corte Suprema sobre el 2 x 1

"...Frente al desconcierto y los temores que despertó el fallo de la Corte Suprema que habilitó la aplicación del "dos por uno" a un condenado por delitos de lesa humanidad, el Congreso de la Nación ha encontrado una respuesta institucional que, sin avasallar a otro poder del Estado, aporta una nueva herramienta jurídica para resolver casos de esta naturaleza. Y lo ha hecho con celeridad, con prudencia y, fundamentalmente, con un gran consenso democrático que vale la pena destacar..."
http://www.lanacion.com.ar//2022575-detras-de-la-sancion-del-proyecto-subyace-el-arte-del-consenso?utm_source=n_tis_nota1&utm_medium=titularS&utm_campaign=NLPol

viernes, 12 de octubre de 2018

Duende

Baja la balsa lenta
   sobre el papel ambarino/
      donde discurre un pentagrama de lirios.

Emerge del fondo oscuro
   /tras el sol/
los blasones encendidos
   de los sauces...

Y se bebe el mar
   esta ignota canción del recuerdo.

Este paisaje de manos y ojos
   acaricia mi frente
      cuando te pienso.

Sé que has escondido estrellas
   bajo tu cielo tímido
y he aquí
que insondable el amor memora/
(Mientras perfuma el aire
   ese suave ondear de juncos)

¡Oh, complicidad!
Pequeño duende de mar.
Haz eterno
   que transmuta aquí en mi pecho.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

https://todo-es-uno.blogspot.com/search?q=canción

domingo, 12 de junio de 2016

viernes, 8 de agosto de 2014

Carroza de fuego - (Narrativa de Juan. C. L. Rojas)


La soledad, el aburrimiento; ver que todo el mundo se divertía mientras él estaba confinado entre esas murallas, le producía a veces intensas ganas de escapar. 
A la imperiosa necesidad de libertad se agregaba el fuego de la adolescencia, apremiándole, transmutándose en formas de travesuras y trasgresiones.  Recordó que era la última fecha de corsos y comparsas.
“De todos modos voy a ir”, pensó, “aunque se entere el gringo... es probable que algún vecino chismoso le cuente”. 

La sombra de la tarde caía sobre los naranjales; la quietud calurosa del día sumaba también al caldero de sus pensamientos.  -¡Iré de todos modos! –se dijo en voz alta reafirmando la decisión.  La fuerza del anhelo pudo más que el temor a las palizas y se preparó para viajar. A las nueve de la noche partiría el único micro hacia la capital correntina. Sin embargo, cuando se acercó a la salida, le sobrevino la duda consumiéndole minutos que no le sobraban.  -¡Maldito ruido del portón! –murmuró. “¡Es irremediable! ¡El doctor se va a enterar!”, pensó. Quedó paralizado.

La opresión implacable suele construir al miedo. Ese temor creaba en él la sensación de estar perseguido, pero su voluntad volvió a la carga; observó hacia un lado y el otro, se trepó al muro y saltó hacia la calle. La paranoia lo acompañó en la forma de muchos ojos que lo perseguían; pero avanzó deprisa, escapándose.  

“Almacén de ramos generales de Sáez y Cia.”, decía el letrero bien grande sobre la entrada del comercio. Un micro con el motor encendido, parado en la boca del galpón contiguo al negocio, le hizo acelerar el paso. Se dirigió a quien parecía ser el chofer, que esperaba fuera del transporte.
-¿Para ir a Corrientes, señor? -le preguntó. 
-¡Allá tenés que sacar pasaje, pibe! ¡Pero dale que nos vamos!
 –“Este se piensa que uno nace sabiendo”, pensó, mientras caminaba a sacar el pasaje. 
“Ya estoy en marcha, ¡deténganme si pueden!”, pensó, al tomar asiento. Su respiración y actitud denotaban sentido de logro. Ya no tenía la molestia de la indecisión rondándole en la mente; pero estaba aturdido, excitado en su alegría. No operaba en él otra cosa más intensa, que la fuerza de atracción por la libertad compeliéndolo entre las fibras del riesgo.  
-¡Pasajes! –se oyó en los asientos de adelante. 
Esa voz, elevada por sobre el murmullo de las conversaciones, cortó de manera abrupta sus pensamientos. Se puso lívido. Su palidez se enfrentó a la sonrisa burlona de quien avanzaba por el pasillo con un talonario en la mano.   
-¡Boletos!...¡Conque yendo de farra, eh! –le dijo el inspector, inclinándose sobre él mientras cotejaba los papeles. Atinó a esbozar una sonrisa tímida como respuesta, mientras pensaba: “¡Este chismoso metido! ¡Seguro que le va a contar al padre! ¡Ese viejo burlón, cuando se encuentre con el alemán!... ¡Se va a enterar!  Mientras pensaba esto, ya no veía a su interlocutor que aún estaba allí verificando el talón de pago, si no al panorama de su imaginación, donde se miraba a sí mismo, bailando al compás de las patadas y sopapos del alemán, propinadas como castigo por el paseo clandestino. La paranoia le hizo sentirse otra vez blanco de las miradas, pero dio un vistazo como al descuido y observó que había otras personas entre los pasajeros a quienes también conocía. Al verlos pensó: “Al fin de cuentas todos están ocupados en lo suyo”. Se recostó en el respaldo relajándose. 

Cuando llegaron no tuvo necesidad de preguntar la dirección del corsódromo; por las conversaciones que escuchó mientras viajaba, supo quiénes de los pasajeros se dirigían hacia allí y los siguió.  A medida que caminaba las pocas cuadras, los condimentos de la emoción dosificaban en su cuerpo la adrenalina que le hacía brillar los ojos y le daba un leve cosquilleo en el estómago. Música, serpentinas y luces acentuaban el clima de ambiente festivo; de algún lugar venían a mezclarse sonidos de percusión. Deprisa se metió entre la gente filtrándose hasta el centro más tumultuoso. Buscaba un lugar cómodo, donde pudiera ver; el apretujón le hacía transpirar y andar errático. Logro ubicarse, por fin, cerca de un grupo de chicos, tal vez por casualidad, o más bien porque sus ojos fueron arrastrados hacia allí con un imán poderoso, que doblegó totalmente sus miedos y pudores.

La niña (no tan niña por las curvas ostentosas y su modo de mirar) se contoneaba rítmica y delicadamente al son de la música. Toda su actitud era una inequívoca y graciosa invitación a lo sensual. 
-¿Y este deleite de mango maduro? –murmuró, mientras apuntaba sus ojos en el centro mismo de la mirada femenina que se desvió, luego de detenerse un instante en él. 
-¡Qué me importan las palizas! –murmuró otra vez-. ¡Todo lo que me habría perdido si no venía! 

La murga que inició el orden del desfile, aumentaba el sonido de parches y batientes al acercarse;  cada golpe de los tambores era también una excusa más para el acercamiento y el roce de los cuerpos.  Ahora la mirada de la niña volvía a él y entraba sin recato en el alma de sus ojos, en su sangre; dándole además la yapa de una sonrisa que inducía en sus deseos le interpretación de permisos inconfesables. 

-¡Tengo que acercarme un poco más! -se dijo, entre divertido y ansioso.  Volteretas de payasos ruidosos delante de la marcha, los distrajo por un momento del hechizo erótico. La comparsa, Copacabana, avanzaba con bailes y cánticos, entre brillos y luces, al compás de ritmos delirantes y estruendos, que cargaban molécula a molécula la libido adolescente. En lo alto de la carroza, la reina movía la hermosura de su cuerpo, vestida de tenues plumajes, al tiempo que parecía sonreírle a cada uno de los espectadores, de quienes se veía la respuesta en la excitación de sus ojos.  Pero Juancito Gómez, ya no dedicaba atención a esa belleza encumbrada en la sensual carroza de fuego, colmada de luces y ornamentos. Su generoso embeleso estaba allí, en la niña que cercana a él, no sólo le extraía sonrisas, sino también, le ponía burbujas en la sangre, susurros en los labios, que aunque no se escucharan con nitidez, ambos lo entendían.  Rozaron sus manos dos veces; a la tercera sensación de tibieza sobre su dorso, él tomó la de ella, mientras todo parecía moverse en la vorágine enloquecida. Ya no tenía noción de tiempo; sólo sentía instantes placenteros sucediéndose sin conciencia de transición.
“¿En qué momentos fue que la tomé de la cintura?”, pensaba embriagado de éxtasis, sonriente. La relación fluía sin esfuerzo, como el desenvolvimiento normal de la naturaleza. 
-¡Vamos! –leyó él en los labios de ella, que señalaba  la tarima donde se apoyaban sendos bafles.
Sin dejar de bailar, sin soltarse la mano, fueron desplazándose hacia ahí.
No tardaron los besos. Sin remordimientos se olvidaron del mundo.  Otra comparsa desfilaba ahora, entre serpentinas, espumas y matracas. Este grupo tenía más agilidad en el ritmo musical y el movimiento coreográfico. Mientras Copacabana se manifestaba en la suntuosidad de los atuendos y ornamentos, Ara Verá sobresalía en la belleza de las figuras del baile y de las jóvenes, enfundadas en su propia piel, con alguna escasa vestidura y brillos relucientes.  
Recostados en la tarima, él y la niña, vibraban acorde el sonar de los altavoces, pero también ellos estaban en sintonía y resonancia entre sí. El lenguaje de la mirada sugestiva de la niña otra vez actuó y Juancito Gómez entendió el favor de las circunstancias; ambos se sentaron a descansar (si vale como excusa), sobre una madera que unía las patas del mesón; pero eran ciegos espectadores del desfile; tal vez alguien lo era de sus besos.
Un hule misterioso, inesperado,  que cubría la parte libre de la tarima y que rozaba sus cabezas les llamó la atención.  
-Agarrá la tela con tu mano derecha  -le dijo él, al oído, mientras hacía lo mismo con su mano izquierda. Ella sonrió con ganas al darse cuenta de la picardía.
Fueron jalando el paño detrás de sus espaldas.  -Un poco más -le pidió él, y el hule tocó el piso. 
Algo continuaron hablando cada uno en el oído del otro, mientras la carroza de Ara Verá se acercaba lenta y monumental. Ambos se hallaban prestos y ansiosos, con su mano aún aferrando el orillo de la tela. Él observaba el desplazamiento de la sombra de la carroza; sombra que barría con lentitud al gentío en las primeras filas de las gradas; la gente embelesada dirigía sus ojos a lo alto de la muestra rodante, pero la atención de los jóvenes era algo simple: nada más que la ubicación de la carroza y su sombra al desplazarse, lo que ahora ya pasaba sobre y delante de ellos; y entonces con un sólo movimiento de sus brazos se ocultan; mientras una oscuridad barre el hule, y otra los cubre en su pequeño universo íntimo.  Rieron sólo unos instantes bajo la cubierta del pliego y los tablones; luego transformaron su risa en susurros, besos y caricias.
Se hallaban hundidos en el abismo del bullicio que ya no oían; solo sentían el placer en la paradójica comunión de jadeos y gemidos.   El camino sonoro de la noche fue perdiendo decibeles; fue menguando la intensidad de la algarabía; los ojos se alargaron en la despedida indeseable y golpeó el adiós impertinente a un momento juvenil sin preguntas y sin respuestas.
Ahora el regreso, con la soledad del pensamiento donde la niña aún permanecía en imagen, su cuerpo, sus ojos. 
Bocinazos insistentes le hicieron levantar la vista del suelo. Del Jeep, que en el medio de la calle aceleraba su partida, veía la efusividad de unas manos agitándose en una ventanilla; el saludo provenía de una silueta joven de mujer.  “¡El Jeep del intendente!” murmuró, mientras respondía al saludo.
“¡Es María!”, se convenció regodeándose entre incrédulo y regocijado.  Su amor inconfeso de séptimo grado, oculto en su corazón, la dueña de la mirada más hermosa, la que apoyaba el rostro en el pupitre sobre su brazo para mirarle desde una punta de la sala hasta el otro extremo donde se ubicaba él, ¡estuvo allí mismo, entre ese gentío, y no pudo verla! ¡Ahora va ahí, atrapada en el auto de su padre, el intendente de Paso de la Patria con quien trataba el alemán!

Su actitud oscilaba de regocijo a preocupación, de preocupación a regocijo. ¿Se enterará su tutor mediante esta nueva vía posible del chisme, acerca de  la travesura de haberse ido a Corrientes sin permiso?.  El viaje de regreso fue calmo y adormilado, pero con gran actividad de sus cavilaciones.  “¡Me saludó tan efusivamente!... ¿Será que me quiere?... Y yo jamás le dije lo que siento por ella, ¡qué bobo!... Pero esta... ¡qué regalo de carnaval!... Ofelia...  ¡Qué nombre, pero qué linda!...¡ni siquiera le pregunté la dirección!... Para qué, si nunca podríamos vernos. ¡Oh, Dios! ¡Qué es esto que se siente! ¿Gané?... ¿Perdí?... ¿Es placer o es angustia recordar? Otra vez el encierro, esperar... cuando sea no sé qué...”. 

Al llegar ya despuntaba el alba; entró sin recaudos ni temores. Presuroso acomodó todo en la casa, para que no muestre el aspecto de haber sido abandonada.   Pasada las ocho y media de la mañana, sonó una voz, llamando desde la vereda, frente al portón. 
-¡Juancito! ¡Abre!  Era el alemán; el doctor regresaba de su turno de trabajo en Isla del Cerrito.  Ese día transcurrió normal; en el siguiente se desencadenó lo que temía.  
A mitad de la mañana vio ingresar al intendente, acompañado del alemán, con unos papeles en la mano. Les oyó hablar acerca de la protección del hospital de Paso de la Patria por la peligrosa crecida del río. 
-¡Juancito, trae un asiento! -ordenó el doctor. El adolescente cumplió la orden y saludó inclinando la cabeza; seguido siempre de la atenta observación de su tutor. 
-¡Así que te fuiste a divertir anteanoche! –dijo ingenuamente el visitante con intención de entablar un diálogo con el joven, que demudó su rostro al instante. 
-¿Cómo? –preguntó el doctor, levantando de inmediato la cabeza con clara actitud de haber sido burlado. El adolescente ahora cambió su color, del pálido al rojo. 
-Nos vimos en el corzo... ¡bueno, el chico tiene que divertirse doctor! –dijo el intendente, tratando de enmendar el error involuntario de haberlo delatado. 
-¡¿Con el permiso de quién?! –vociferó el alemán, dando dos pasos hacia el chico. Este sintió un agudo dolor en el oído al ser jalado con fuerza desde el lóbulo de la oreja en una media vuelta alrededor de su verdugo. 
-¡O te enderezo, o te rompo! ¡Ya verás! –concluyó el alemán, dejando incertidumbre en cuanto a si concluyó, o no, el castigo.  

Lo que definitivamente no concluyó, era algo en lo profundo del espíritu o del alma del niño,  algo que tenía y faltaba al mismo tiempo.   La niña del corso no desaparecería de su mente pero ya no tendría cómo contactarse. Era una puerta más, de esas misteriosas, que se abren hacia el vacío. Vacío que quizás, algún día, signifique su libertad.


AUTOR: Juan Carlos Luis Rojas



domingo, 20 de noviembre de 2016

Eje infinito

Hoy es un día decidido...
definido de silencios...
donde mi pensamiento susurra
nada más
sin sentidos relevantes,
y mi respiración pausada
fluye en su cadencia
por inercia de natura...

Aligeré mis pasos 
de cabalgatas y monturas,
liberé de cinchas,
frenos y riendas...
solté hacia frescas pasturas... 
Mi frente reposa
de rutinas y costumbres
y de la grave tensión de su ceño.
...Instante en que mi ser existe
de no existir,
de ser hacia adentro
sin los estresados ex 
de hacia afuera
sin exits, ni ex-it 
de apuradas salidas
sin ex de excitados, extremos, estallando...
Y ya extinguida de calma la flama...
apenas sé que respiro.

Instantes serenos
sobre etapas
de batallas cumplidas
caminos, de sinos logrados.

No sé, si hay sol
o si son las estrellas 
que en penumbras brillan...
desconoce al mundo
mis ojos abiertos,
cerrados en efluvios, por fin, 
de paz placentera y salubre.
Mi propio cosmos gira...
en su eje infinito
y profundo.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

viernes, 30 de diciembre de 2016

Tristeza

...Deja que camine
su lento dolor...
Que pase y se diluya
en el mar del llanto.
Que fluya.
Que acomode el alma.
Que refresque el espíritu.
Que distiendas en tu frente
el tendido ceño...

O ¡enfrentala!...
Tomala de su cabellera mustia 
y descubre su raíz.
Con la fuerza de romper tu orgullo
corrige su flor.
Y si no da el color que esperas
¡desechala!

Un desatino, será su razón de ser...
Destinos de errar caminos...

Conversa con ella...
Que te muestre su motivo de estar
de vivir así.
Sabrás entonces
que pudiste cambiar,
que aún puedes hacerlo
y puedes ser feliz.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

domingo, 16 de abril de 2017

Volver a empezar

Sabrás, que siempre habrás de tener en la frente del espíritu,  la consigna, de fe y de fuerzas para recomenzar; volver a empezar. Porque, podrías tener  evidencia, en tu vida, que muchas veces has sobrevivido; de alguna forma; en la vida misma, o en la esperanza.
Eso también es una Pascua, una manera de ir más alla; una manera de cruzar un puente hacia otra etapa...
Juan

https://todo-es-uno.blogspot.com.ar/search?q=esperanza

lunes, 11 de agosto de 2014

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10 consejos para conseguir más fans para su sitio | AddThis Blog 



"La publicación de contenido de calidad es fundamental, pero si usted no tiene las herramientas adecuadas para conseguirlo "allá afuera", entonces se pierde el propósito.Hay un montón de widgets y las herramientas del sitio para ayudarle a promover su contenido fuera del sitio , por lo que ver lo que mejor se adapte a sus objetivos (y presupuesto). También hay formas rentables, usted puede obtener su gran contenido en frente de la audiencia adecuada; utilizando medios de comunicación social, por ejemplo, puede ayudar a que su contenido compartido a nuevos lectores."

domingo, 29 de enero de 2017

Saludos


Las sombras
alargadas aún
adormilan sus voces
en el desperezo del amanecer...
Domingo lento que avanza
caminando bajo los árboles...
Los ojos vagan divagan observan...
La luz va ajustando su foco
entre el follaje
que respira y susurra
en calma brisa...
Caminata del tiempo y la mía
que hincha su pecho
en suspiro complacido...
Un árbol gigante
se planta frente a mi.
Saluda sonriente
en su vaivén de ramas y verdores...
Entre sus hojas todo canta
en la vivacidad de sus plumajes.
Avecillas que inquieren de mi
en las preguntas del mundo...

¡Benditos seres, los saludo!

Los hombres dormitan aún
acaso vislumbrando
el duro sin fin de la semana
que vendrá.
Un universo de temores
rayan albas y ocasos del mundo...
Nuevos líderes en su ínfulas
cargando la tinta
de inciertas esperanzas.
Año veinte diez y siete.
Movimientos árduos
en los patios
de plebes y de reyes...

Y camino...
con un brillo de emoción
en los ojos...
Y otras avecillas
rondan sin miedos
junto a mi
sobre gramillas y veredas.
Los perros olfatean,
despejan mi paso
en ladridos quedos...
Toda la vida canta
en el reflejo de sus flores...
Y un poco más allá
el dolor de los hombres...
Aún,
yo saludo...
¡Salud a todos
seres de buena voluntad

Autoe: Juan Carlos Luis Rojas

martes, 10 de octubre de 2017

Hacia el nuevo hogar

(De la serie: "El niño, el muro... y la libertad" Juan C. L. Rojas

   En esa mañana de sol a pleno, su mente tejía confusos colores. No los colores que la hermosa mañana avivaba en los rosales y en las dalias exuberantes del jardín; no los tonos, verde pastel, de irupés y camalotes flotando en la laguna, allí, detrás de la casa; tampoco los del bosque allá, en la otra orilla misteriosa de esas aguas calmas. No, no eran esos los colores que ahora lo inquietaban, sino los que se movían en el profundo interior de su alma.
Sentía un estado de conciencia a medias, donde el factor dominante era la duda, la incertidumbre.
   Quizás porque no veía otra opción, su única respuesta era la que involucraba huir del pasado, entrando sin renuencias a las circunstancias que iban apareciendo delante de él, o a pesar de que le fueran impuestas; y que esto resultara en tapar los recuerdos, insuficientes afectos…, introduciéndose de lleno en el miedo y el dolor.
   Tal vez era una forma de buscar puertas de salida a todo eso, o una puerta de entrada que lo llevara a satisfacer alguna carencia que ni él mismo, por ser niño, entendía bien de qué se trataba.
Ya había escuchado algún comentario,... decisiones con respecto a él, palabras dichas a su espalda. "Los adultos deciden sobre la vida de un niño", pensaba, "después de todo el abuelo es bueno, aunque no sabe ni escribir. El también fue abandonado y encontrado en los bosques del Paraguay, cuando era chico. Al final no conoció ni a sus padres, sólo a un hermano, ya después de viejo... Dicen que la guerra…"
   Mientras en su pensamiento todo se mezclaba, vio a su abuelo acercarse. Este respiró hondo sofrenando un suspiro. Palmeó cariñosamente el hombro del niño en un gesto poco acostumbrado…
   -Vas a ir con el doctor, mi’jo. Seguro que vas a aprender muchas cosas –le dijo con una sonrisa que pretendía ocultar algunas lágrimas, las que aparecían inevitables y aumentaban el brillo de sus ojos azules.
El abuelo, de buen carácter, de fácil sonrisa, de porte físico mediano, sumamente trabajador y con el concepto de la honestidad grabada a fuego en la sangre, no sabía ni leer ni escribir y era casi el único sostén de la familia, que se componía más de nietos que de sus propios hijos.
   El espacio de tierra que poseía estaba siempre cultivado con árboles frutales, verduras, e incluso tabaco, que luego de cosechar con su esposa, lo procesaban caseramente para venderlo en el Paraguay o en el vecindario de la isla.
Tenía aves de corral y algún ganado vacuno que carneaba de tanto en tanto, y leche para consumo familiar. Todo esto le demandaba actividad desde la madrugada; porque además era empleado estatal de salud pública del Chaco. El pequeño sueldo obtenido, cubría apenas los gastos hogareños que no lograba hacerlo con la producción casera.
   Conformaban una buena sociedad el abuelo y la abuela; él, correntino; ella, paraguaya. El, atendiendo no sólo lo de la casa, sino también la actividad externa; y ella ocupándose de todo lo doméstico, aferrada a una pipa siempre humeante, y un rebenque eternamente bajo sus brazos con el que domaba tanto a niños como a los animales.
   El origen de la conformación familiar y el asentamiento en una isla del Chaco argentino, habría que rastrearlo en los vericuetos políticos, intereses económicos de las grandes urbes (corrupciones incluidas) y las guerras asociadas. Todos sus hijos nacieron en el Paraguay, y la mudanza fue la resultante de inestabilidades políticas. Pero, de todo esto, no siempre le llegan a un niño los elementos de la comprensión de sus orígenes o la atenuación de las consecuencias de esos desarrollos y sus resultados.
   El niño no entiende que en la burbuja de su pasado cercano y su origen ya están incluidos los condimentos de su presente.

   La lancha saldría a las once de la mañana hacia Paso de la Patria. La preparación para el viaje era escasa; pocas y modestas pertenencias; sin embargo la sensación que percibía era la de una marcha definitiva, un viaje sin regreso.
A la hora de la despedida, los primos y hermanos rondaban cerca, silenciosos, sin más expresión que los ojos bien abiertos clavados en él.
Miró por última vez hacia "el bajo", allí donde el río al crecer, descargaba algo de su fluido formando una laguna. Dio un vistazo a todo el panorama desde donde estaba un aliso estaqueado, hundido horizontalmente a ras de la tierra, en el borde del patio posterior de la casa; ese tronco estaba colocado ahí para detener la erosión del terreno. Prolongó su mirada hasta el fondo, allá donde acostumbraba a cantar la garza mora, cuando aparecía en el bosque al amanecer, del otro lado de la laguna. Volvió su mirada y la detuvo brevemente en el pequeño puerto improvisado, al que muchas veces despejó de irupés y camalotes, para el trabajo de lavanderas, que le estaba asignado a sus primas y hermana. Volvió más atrás su vista, nuevamente dirigida al borde del patio, bajo el árbol de paraíso donde en ese momento dormía Rompe, el viejo perro de la casa. Mientras tanto, Díquel, el perrito con que jugaba a menudo, parecía saber de su partida; giraba y giraba a su alrededor, moviendo incansable su corta cola.
   -Che cunumí (mi muchacho), atá ese animal –dijo el abuelo a otro de sus nietos.
Al fin se despidió. Saliendo de la finca, caminó por el pasillo largo ubicado a la izquierda. Debido a la sombra de los árboles la tierra todavía conservaba la humedad del rocío. Mientras caminaba surgía en su mente un replanteo insistente de cosas y circunstancias que traía el recuerdo.
Los mamones altos a su derecha, sumamente quietos, prolijamente en línea, como formados para guardia de honor, parecían decirle adiós en silencio. Detrás de esa línea de árboles frutales aparecía el mandiocal, que empezaba a asomar joven sobre la huerta. A la izquierda, flanqueaba su camino un alambrado de púas tensado sobre postes viejos, de los que en una oportunidad, uno de ellos no resistió el peso de su travesura rompiéndose; así pagó entonces, con sangre de sus piernas, el pase a la casa del vecino.
   Cerró el portón prolijamente y ajustó el cierre del bolso; mientras lo hacía, observó la puerta abierta del almacén de al lado; surgieron entonces en su retina los trazos gráficos de la libreta de crédito y con ello la semblanza del abuelo, su escrupulosidad en pagar la deuda sin pasar ni un día más de lo acordado.
A los once años de edad no entendía cabalmente la dinámica del dinero, pero sí sabía cómo afectaba su carencia por las restricciones que imponía, hasta en las necesidades tan vitales como la alimentación; es más, sabía que era debido a estas restricciones, y no sólo a la búsqueda de futuro, que tenía que marcharse.
Si bien ignoraba los parámetros con que se movía el mundo de los adultos, sí llevaba incorporada en su conciencia las normas del cumplimiento y la honestidad tantas veces platicada por el abuelo en los momentos de la sobremesa, especialmente después de la cena.
   En esta despedida no podía definir si en su sentimiento había realmente tristeza o era que pesaba más la curiosidad, la posible alegría de lo nuevo. Sin embargo sentía los abrazos de la isla, los de sus sombras y sus luces, la humedad cercana de los ríos, sus frescores; los sentía como el adiós a lo amado.
Subió al terraplén, callejón pavimentado y sinuoso bordeado de eucaliptos que lo llevaba hacia el puerto. Ahora, una voz que difundía el aire conseguía aquietar sus pensamientos; era el murmullo del río traído por el viento y también el sonido de las ramas de los árboles azotándose en sus copas. Caían las hojas y él se veía como una hoja más, ahora dejada al viento.
   Cuando bajó al muelle los tripulantes de la lancha estaban en los preparativos finales de carga; como casi siempre, había una mezcla de castellano y guaraní en el habla de la gente; eran generalmente conocidos entre sí y mezclaban cordialidad y bromas con la intensidad del trabajo.
   -¡Oh! Mba’éicha pa che ra’a (Como estás mi amigo). Vos sos el nieto de don Tabí, ¿no? -lo recibió cordialmente el lanchero.
   -Si, buen día, -contestó con algo de timidez.
-Así que te vas con el doctor Palowski… Me contó tu abuelo.
El lanchero hizo sonar sus palabras como apropiándose de cierto orgullo que suele darse cuando la humildad se une a la ignorancia; a veces, como una manifestación de solemnidad fetichista, dirigida hacia la formación profesional o a un determinado status social. Palowski es un apellido polaco, pero el doctor era alemán. Consiguió su nueva documentación con ayuda del Vaticano, cuando Alemania perdió la guerra. También obtuvo, con esa documentación y pasaporte, una orientación hacia qué países dirigirse; donde no fuera “molestado”.
-Sí –contestó parcamente el niño.
-Bueno, si querés, subí; acomodate donde puedas ch'amigo.
Subió con cuidado debido al balanceo de la lancha y se ubicó en el lateral de babor, para dejar libre el paso de carga por estribor, que era el lado por donde estaba amarrada la embarcación.

¿Son los recuerdos como ondas cósmicas del tiempo, circunstancias repitiéndose infinitamente? Así le parecía este momento; como un recuerdo convirtiéndose en concreta realidad presente.
Ahora, nuevamente se movía el mundo, su mundo infantil. Se movía con la lancha, con el muelle, con los árboles, y todo con el río. Como aquella vez, cuando vino a la isla en su primer regreso, cuando en esa oportunidad involucró también otra despedida, la de su padre. Sentía otra vez esta mezcla de recuerdo y realidad palpable. De nuevo vibró ese pequeño mundo solitario dentro de otro mundo mayor, desconocido e indiferente hacia él.

Ya todos a bordo y con el amarre liberado, la lancha se alejaba lentamente del muelle adentrándose en el río Paraguay, luego bajaría un corto tramo hacia el Paraná, que estaba allí nomás, a la vuelta del recodo de la isla. La turbiedad acentuaba el misterio del río que batía sus lenguas infinitas salpicando los rostros pensativos; también salpicaban los sueños, dentro de esas mentes casi adormecidas por el ruido del motor. Juancito miró hacia atrás; siempre le intrigó hacia dónde se dirigiría la extensión del río. ¿Qué hay río arriba?... Querría remontarlo alguna vez. ¿Es el deseo el embrión de un sueño? ¿Es el sueño un camino donde sólo hay que ponerse a andar? La luminosidad del espacio más abierto lo retrajo de sus pensamientos, cuando en ese punto de la navegación la desembocadura se abría ya casi tocando al río Paraná.
En dirección a proa no se veía la costa. Ahondó la mirada en el engañoso espacio infinito. En el horizonte sólo se veían algunas gaviotas. Volvió la vista hacia lo que dejaba atrás. Debajo de la popa el río espumaba blancura, la que contrastaba con los diferentes verdores de las costas (paraguaya y argentina) haciéndose más vivos gracias a el sol de la mañana.
-¿Querés un mate, Juancito? –le preguntó el lanchero, apartándole de su abstracción en el paisaje.
-No, muchas gracias don Arévalo –respondió, mientras modificaba su postura sobre un listón de la quilla, donde estaba apoyado.
Estaba ubicado cerca de la cabina y podía escuchar la conversación del lanchero y su ayudante.
-¡Cova co Gomecito ra’y! (¡Este es el hijo de Gomecito!) –continuó Arévalo, ahora dirigiéndose a su ayudante. Lo hizo con cierto tenor de respeto machista, a lo que se refería. Palas, el ayudante, no respondió.
-E jhendú pa jhina (¿Me estás escuchando?) –reclamó Arévalo, en tono burlón.
-A jhendú (Oigo), –respondió Salas, a desgano.
-Hijo’e tigre co cunumí (¡Es hijo de tigre este muchacho!) –enunció de nuevo Arévalo, con clara intención de zaherir a su compañero.
-¡Bah! ¡Maba pa tigre! (¡Bah, quién es tigre!) –dijo Palas, tratando de neutralizar la chanza infligida...
-¿Maba pa?... (¿Quien?...) Ja ja ja… Me dijeron, que con Gómez te salió mal lo de la rubia aquella.
-¡Bah! ¡No pasó nada! –se defendió Palas. Arévalo largó una risotada.
Como premisa inevitable, esta conversación llenó su mente de preguntas e inquietudes referidas a su padre. ¿Qué conocían de él estos hombres? ¿Cuáles fueron las andanzas de su padre por estos lugares? ¿Saldrá alguna vez de la cárcel? ¿Lo volvería a ver?
Ahora, la lancha entraba en el planchón más claro y amplio, al cruzar la línea divisoria que producen las corrientes y las diferentes turbiedades de las aguas. A la derecha del panorama de popa se desarrollaba la punta del continente paraguayo; esas barrancas también habrán de quedarse entre aquellas cosas que habrían de alimentar su curiosidad y se añadirían, a la sumatoria de inquietudes insatisfechas. Los monos carayaes estaban silenciosos en la silvestre vegetación; es en el ocaso cuando estos suelen alterar escandalosamente el silencio del lugar; sólo una canoa pequeña, tal vez pescadora, aparecía casi camuflada por el tupido follaje. A la izquierda todavía se notaba la isla en la prominencia de su cerro, el cual remataba su cresta con la fachada ambarina de la iglesia principal.
En este punto de la mirada, vino a su mente el recuerdo de aquellos preparativos inconclusos para el catecismo y los rituales religiosos que jamás pudo entender. Allí apareció en el recuerdo los juegos y travesuras, las andanzas en el bosque y en el río. "¿Volveré algún día a navegar sobre los troncos, los alisos traídos por la inundación?". Al volverse hacia babor, una estampa conocida pero casi fantasmal cortó sus pensamientos; desde el horizonte bajaba por el río una jangada; a lo lejos era sólo una tosca línea derivando sobre el agua. Encima de esa línea había una pequeña figura que parecía ser la de un hombre erguido y cerca de éste, la de otro hombre sentado. Aparentemente tomaban mate.
...Sí, eran hombres nomas, no fantasmas, los que navegaban sobre un tendal de maderas bañadas por el agua; pero a la distancia, el conjunto parecía un simple garabato dibujado en la página acuosa del horizonte. Bajaban a la velocidad lenta de la corriente sumada a la fuerza inercial del maderamen, el cual tenía un tamaño desproporcionado con relación a la cantidad de sus tripulantes.
De nuevo surgieron la inquietud y esas preguntas que se apilan en el arcón de los misterios que suele atesorar un niño. ¿Cómo es que a esa gigante acumulación de inerte vegetal, puede dominar y conducir un pequeño hombre cabalgando a la intemperie sobre la húmeda planchada de troncos?...
Pasó la jangada por atrás de la lancha; casi al filo de la distancia audible de un sapucai (grito); pasó con su respuesta de silencio. Golpeando con la instigación de la curiosidad a esa mirada de niño; mirada perdida ahora en la llanura blanca; perdida en el horizonte verde y en la opacidad de la distancia.
En el medio del río el motor de la embarcación con su ruido monótono jugaba a vencer los sentidos, sin embargo, muy tenue ahora, como esbozo de dibujante, empezaba a divisarse la otra costa, mientras la primera se perdía a lo lejos con la estela de la lancha.
Corrientes aparecía brillante bajo un día de sol al momento de la siesta provinciana de uno de sus pueblitos litoraleños, Paso de la Patria. El alemán, el doctor, con su uniforme de médico, estaba todo de blanco esperándolo ahí mismo en el muelle, parado a la media sombra de un techo de protección; tenía las manos detrás de la cintura y en su cabeza una gorra de tela floja que le caía sobre la frente y las orejas. Seguía inmóvil mientras amarraban la embarcación. El niño notaba sobre sí la mirada escudriñadora, persistente, sin más gesto que el silencio del alemán, que mostraba así, un atisbo de la actitud severa y militarizada con que era conocido; continuó así, aún hasta después de haber bajado el niño, y habérsele acercado.
-Buenas tardes, doctor –saludó entonces, Juancito.
-¡No, así no! -Reaccionó el alemán de manera áspera-. ¿A ver? ¡Párate bien!... Así, firme, e inclinas la cabeza… Ahora sí, buenas tardes.
Juancito obedecía mientras algunos pasajeros y tripulantes miraban sorprendidos, o risueños y en silencio, esa escena. –Le hizo repetir el saludo incluyendo todo el proceso formal.
Luego de esta primera lección caminaron callada y largamente hasta lo que sería su nuevo hogar. No podía evitar la tensión de ese silencio. El alemán caminaba a grandes zancadas delante de él, y su atuendo blanco, ahí, a un paso de distancia, irritaba sus ojos al reflejar la luz; el niño hacía descansar sus ojos dirigiéndolos hacia la gramilla amarillenta entre el polvo reseco del camino. A pesar de que el sol mostraba su fuerza desde arriba; en su optimismo de niño, Juancito lo sentía como un poderoso dios protector; optimismo al cual coadyuvaba la curiosidad sobre lo extraño del lugar, la conformación urbana, la ubicación más ordenada de las casas, las calles bien definidas, los autos, y otro tipo de gente.
En realidad quedaba sólo a unas cuadras el lugar a donde se dirigían, pero la incomodidad psíquica inducía en los sentidos la exagerada extensión del andar.
A la izquierda se podía ver algunos "lamparones" del río en los claros que se formaban entre árboles y edificaciones lindantes con la costa. Todo estaba calmo, no había viento y no se oían las olas rompiendo contra la barranca. El itinerario de la caminata la mantuvieron a una cuadra de distancia del río, y respecto del mismo, también esa era la ubicación de la casa del alemán.
Juancito comprendió que llegaban, cuando el alemán cruzó un puentecito sobre la cuneta, el cual daba frente a un portón de hierro y alambre tejido, justo en la mitad de la parcela amurallada. Esta encerraba huertas, árboles, chiquero, gallinero, jardines y dos casas; una en cada extremo del terreno.
El portón rechinó con estrépito al abrirse, pero no llamó la atención de una mujer que en ese momento regaba las plantas. Esta siguió en su labor mostrando total indiferencia a los recién llegados. Parecía malhumorada.
-¡Señora Antonia! –dijo en tono amonestador el alemán al acercarse. Sólo entonces, ella levantó la vista hacia él y dirigió una mirada de soslayo, casi reticente, al niño.
Esta escena dejó abierto en su entendimiento un panorama de curiosa incertidumbre que le producía un incómodo escozor, pero ahora, sin otra vía de salida, este era su nuevo hogar, y debería aceptarlo, aunque lo sintiera como una nueva imposición; un mandato que no podía, o no sabía cómo evitar.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

sábado, 9 de enero de 2016

Oscuridad

                                     
En las venas de mi sien
  /aletea/
    el rito prolongado de nuestros ojos
      ojos que vuelan
        una vez tras otra
          rayando en las caricias/
      sublimando acentos
           en las preguntas infinitas.

Túneles inquietos/ son los ojos/
  túneles que se ensamblan
    en cópulas de pasión
      vertiginosas           tímidas
        dulces              desesperadas.

Esta vaina oscura/
  oscura de dichas/
    oscura de cantos silenciosos/
      oscura del amor
        que discurre  en las calles...
    se abre a veces
            /se rompe/
        vertiendo del espíritu
          irisada simiente.

La eternidad del dolor
  escapando al bálsamo/
    escapando a la sed de las heridas/
      /escapando/
    hacia la curación final de la nada.

Adolecer
  que hierve adolescente
    en el perpetuo tiempo
      de las manos combativas/
        /incansable/
         candor-candente-del pecho...
      luego discordias
        entre aurículas y ventrículos.

Mientras tanto
  azulino es el sol
    que une a las almas
      con la negrura del día
    y no se encuentran/
      no se abrazan
        ni piel
          ni aliento
            ni suspiros.

La oscuridad nos baña
  a plena luz del sol.
¿Cuándo caerá
  su áspero pigmento
    como nieve derretida?...
Cuando nuestros ojos sepan
  reposar en otros ojos
cuando entibien nuestros besos
  ajena frente
    cuando el corazón hable
      por fin
        sobre el amor.

AUTOR: Juan Carlos Luis Rojas

martes, 8 de marzo de 2016

De la vida

Este atardecer,
que camina risueño por las veredas
dibujando faros en las esquinas
amacando su marejada
entre flojas baldosas
y hojas danzantes
de incipiente otoño...
Este atardecer,
que me lleva
por ambiguas penumbras
donde la luz va renaciendo
en ecos de la memoria,
donde el sabor
se presta alucinado
en dulces sentires
floreciendo en sus candores...
Zitzaguea su brisa,
desde mis ojos
y entre mis huesos,
con las razones misteriosas
que me convocan...
Es hálito de vida
que late en mi pensamiento
que va conmigo
y avanza
hasta el peldaño siguiente
del tiempo
aunque el otoño
insistente,
derrama ya
su bálsamo
de blanca cerrazón,
a esa corona
que calza
la frente erguida...
Y sigue su marcha
en el camino
donde esculpe
variopintas diademas
en el andariego crisol
de los sueños.
Este atardecer
de la vida
irá hacia su noche,
a su manto
oscuro y sideral
a prender luciérnagas
a marcar
sus cadencias
de sinfonías estelares,
otros compases
acaso...
¡oh, si pudiesen
nutrir las almas!




De la vidaEste atardecer,que camina risueño por las veredasdibujando faros en las esquinasamacando su...
Posted by Juan Carlos Luis Rojas on lunes, 7 de marzo de 2016

martes, 13 de junio de 2017

Puente inalcanzable

¡Ah, que hubieras pasado solamente!
¡Lejos!
Sobre un puente inalcanzable.
Que sólo te hubiese admirado/
mas yo distante
aunque tus caricias
llegaran a mi frente.
...Hubiese sido acaso
gloria amanecida
y pronto olvido.
¡Sí!
¡Que no fueras!...
¡Que no latiera en mi corazón
tu ser
como un rítmico poemario!
¡Ay!
¡Entraste como una flecha
disparada desde el más tenso arco
y convertiste a mi sangre
en sísmico tembladeral de ríos!
Oh, razón de la locura...
De agridulce placer se condimenta
el loco corazón.
...Revolotean las abejas... indiferentes.
El dulce panal rebasa de miel.
La lluvia sacia al cántaro sediento.
Mas un temor oculto dice...
¡Que hubieras pasado solamente!
¡Lejos!
Sobre un puente... inalcanzable.

Autor: Juan C. L. Rojas

domingo, 31 de enero de 2016

Influencia del silencio interior



                                Imagen propia- Isla del Cerrito- Chaco- Frente al Río Paraná- Juan. C. L. Rojas
                                            https://www.instagram.com/p/4LdmYCki8J/?taken-by=j.c.l.r

"El silencio de la mente y la quietud del alma suelen ser sanadoras; y a veces lo único que nos asiste de inmediato."





Buen atardecer para todos, familia, amigos..."El silencio de la mente y la quietud del alma suelen ser sanadoras; y a veces lo único que nos asiste de inmediato."Juan Carlos Luis Rojas
Posted by Juan Carlos Luis Rojas on jueves, 28 de enero de 2016