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lunes, 14 de agosto de 2017

Poesía e infinito

La poesía es una forma de expandirse en ese inacabable infinito confluyendo en un punto, que el poeta intenta señalar.
Juan Carlos Luis Rojas

#poesía   #poeta  #infinito

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sábado, 6 de febrero de 2016

Cosmos infinito



Era el silencio, era el misterio
nada existía
ni visible, ni invisible.
¿Dónde estaba el cielo, dónde el aire, el agua?
¡Ausente el mar profundo con sus corales
del firmamento la inmensa bóveda!
Nada de aliento
en aquél caos incomprensible.
Sólo el orden de la nada
donde... nada, nada boga en la inmensidad.
Ni días ni noches
con sus reflejos de rosa y nácar.
¡Oh, la bella aurora
no aparecía dorando el cielo!
Ni cabían pensamientos
en las primeras horas del alba.
Era sólo sombra, lo que envolvía a las sombras.
Y allá , en las tinieblas las sombras callaban
en el fondo insondable del vacío
y acaso, ningún concepto
ni pasado, ni futuro era tal.
Nada más, que misterio y silencio.
Y éstas son las respuestas a tus preguntas
desde la naciente de los días
cuando el Todo era la nada
y la inexistencia misma de decir, nada
en el oscuro pigmento de las tinieblas.
¡Sombras! que pesaban en lo infinito del tiempo
y era luz que de tanto ser, era sólo
densa sombra.
Negrura abarcando lo insondable.
Ella era el peso gravitacional
que se apretujaba en su centro
mientras, en sí misma
dialogaba la inteligencia
cimentando leyes primigenias.
Cada presión, centrípeta y abismal
asentaba el estadío de los tiempos
energizadas de ecuaciones eternas.
Y con otros signos, a su vez
en la matriz, se afianzaba el verbo.
Con cada grado de presión
inteligentes en sí mismo
un nuevo elemento diseñabase,
para formar el sistema de lo cuántico
que todo lo incluye y lo abarca.
Acelerada e inexorable ¡descendió!
la vorágine de la tormenta.
¡Tempestad devorada en su centro!
Llegó el tiempo de la saturación de lo completo
donde el crisol ¡intenso! restallaba.
Miríadas de vibraciones y zumbidos
se aceleraron de repente
en intensidad, velocidad, frecuencia
¡apretujándose!
en calor, de plasmas oscuros e infinitos.
Ahora... ¡Ahora sí! Ha estallado enceguecedor
con la energía que todo lo aglutina
en el arco iris infinito de las vibraciones,
en la formación de las huestes celestiales,
explosión acordada y expandida
desde el centro mismo de la inteligencia
y aquí navegamos,
en cada punto bendito del Cosmos
¡humus, esencia,
y polvo de estrellas!
Autores en dueto:





Cosmogonía infinita Era el silencio, era el misterionada existía ni visible, ni invisible.¿Dónde estaba el cielo, d...
Posted by Juan Carlos Luis Rojas on viernes, 22 de noviembre de 2013

domingo, 20 de noviembre de 2016

Eje infinito

Hoy es un día decidido...
definido de silencios...
donde mi pensamiento susurra
nada más
sin sentidos relevantes,
y mi respiración pausada
fluye en su cadencia
por inercia de natura...

Aligeré mis pasos 
de cabalgatas y monturas,
liberé de cinchas,
frenos y riendas...
solté hacia frescas pasturas... 
Mi frente reposa
de rutinas y costumbres
y de la grave tensión de su ceño.
...Instante en que mi ser existe
de no existir,
de ser hacia adentro
sin los estresados ex 
de hacia afuera
sin exits, ni ex-it 
de apuradas salidas
sin ex de excitados, extremos, estallando...
Y ya extinguida de calma la flama...
apenas sé que respiro.

Instantes serenos
sobre etapas
de batallas cumplidas
caminos, de sinos logrados.

No sé, si hay sol
o si son las estrellas 
que en penumbras brillan...
desconoce al mundo
mis ojos abiertos,
cerrados en efluvios, por fin, 
de paz placentera y salubre.
Mi propio cosmos gira...
en su eje infinito
y profundo.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

jueves, 25 de mayo de 2017

Torbellino

Ahí viene...
Viene con la mirada...
la nuestra,
bajando sus banderas
en la ternura y el deseo...
el deseo sentido
de ser alma
fundida en el amor.

Ahí viene...
Viene con el calor
de nuestros rostros
que irradian destellos...
luz de pasión.
El roce voluptuoso
de sus auras
cantando a la vida...

Ahí viene
junto al calor anhelante
de los labios...
Cuando la respiración
se funde
en torbellino sensorial
y suspiros...
cuando la mirada
se pierde en el ensueño,
huyendo tras la cortina
de los ojos...
tras la emoción de sentir...
Y el mundo
se hace remoto,
ignorado.

Ahi viene...
Con sus labios latiendo
en el instante infinito...
Sellándose ,
en un punto donde convergen
la fuerza de la ternura
y la dulzura de la pasión...

Llega...
rindiéndose
y conquistando
sus tierras ensoñadas
adentrándose en sus mieles...
Escoltado de caricias va,
afianzado del placer
en cada rincón
de la piel
y de la vida...

Ahí viene...
Libando
en su cópula
de pasión
de placer
de amor,
el beso.
Viene con sus labios latiendo
en el instante infinito...
Sellándose ,
en un punto donde convergen
la fuerza de la ternura
y la dulzura de la pasión...

Llega...
rindiéndose
y conquistando
sus tierras ensoñadas
adentrándose en sus mieles...
Escoltado de caricias va,
afianzado del placer
en cada rincón
de la piel
y de la vida...

Ahí viene...
Libando,
en su cópula
de pasión,
de placer
de amor,
el beso.

Autor: Juan C. L. Rojas

lunes, 29 de octubre de 2018

Vibración

"Todo en nuestro Universo está en un estado de vibraciones, y compuesto de partículas transcurriendo en espín infinito; instantes que forman, deforman y conforman.
Y así también nuestro abstracto tiempo de vivir, de sentir... Fragmentados instantes que se unen para formar, acaso una ilusión, acaso un sueño."
Juan Carlos Luis Rojas

https://todo-es-uno.blogspot.com/search?q=Universo

lunes, 5 de noviembre de 2018

Pequeñez

Va discurriendo
el pequeño universo
de cada quien,
molécula azul de lo infinito.
Tejiendo en el marco estelar
la feroz puntada  del vivir.

Una luz penetra
iluminando de albor... 
Albur de claridades,
mientras una sombra mece
su negritud de incertidumbres.

Conllevo y sopeso una ruta
de estimaciones siderales
sobre el tren de la discordia,
bajo la luz de la armonía
Y rueda que ruedan los días que avanzan inexorables.

Quietud maldita
en tiempo raudo,
qué pretende conciliar
las horas de la desazón.

El río de los día moja sensaciones de esperas
qué secan en la desesperanza...
Quizás
la agonía de un sueño,
tal vez,
el agujero en ebullición
de la calma
donde volverá de nuevo
a expandir...
Volverá a empezar...
Siempre
volver a empezar.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

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jueves, 23 de junio de 2016

Mis versos

Aunque canten pasión...
pasión de amarte,
de amarte en fuego...
¡suaves flamas son!
brisas del viento
gestando la hoguera.
...Son voces
que se se hamacan
en las curvas de la luz,
que anidan en tu cuerpo,
que tienen calor de piel,
que tienen en sus playas
la vehemencia de la lluvia
y la lluvia desde mi ser.
Caminan entre ladrillos
y en el brío de los zanjones,
se pierden entre gramillas
entre la vasta extensión
de penas y de riquezas
de pobrezas y alegrías.
Nadan en un confín rodante
en la mar de los sonidos,
en lo infinito de la nostalgia...
Y a veces se pierden en tu senos
en fruicción de poesía y travesura,
esperando tus goces en cada letra,
en cada centella de mis dedos
navegando sobre tus auras.
Mis versos son aquellos
de los que prescinde el mundo,
los que se bastan con su son y ser
en la veda de su rima,
sin ton ni son de su ritmo,
y sea que acaso suenen
en las canciones
del más quieto silencio
en vos
o en mi.

lunes, 18 de abril de 2016

Levántate y camina

Tu soledad es aquella
dónde detienes tus ojos del mundo...
Es aquello que por ti mismo
ciernes en desamparo.
Y donde detenerse significa,
esa total indiferencia que recibes...
O la excusa ambigua
de ciertas conciencias..
Tu soledad,
es ese desmedido infinito
de lo que ya fue.
Conocimiento de pasado.
Negación de futuro,
despojado de andariveles
por donde marche la esperanza.
Sí.
Solo abismos.
Infinita nada.
Sin embargo, tu soledad
también puede ser
(debes saberlo)
tan solo
pesadez de los párpados,
que imposibilita mirar
por sobre los muros
del horizonte,
ni por sobre las sombras
dónde se apoyan las estrellas...
¡Levántate y camina!
¡Abre los ojos y ve!
...Aunque no veas sino solo sombras.
¡Allí!...
Sobre la noche
te espera la luz...







martes, 10 de octubre de 2017

Hacia el nuevo hogar

(De la serie: "El niño, el muro... y la libertad" Juan C. L. Rojas

   En esa mañana de sol a pleno, su mente tejía confusos colores. No los colores que la hermosa mañana avivaba en los rosales y en las dalias exuberantes del jardín; no los tonos, verde pastel, de irupés y camalotes flotando en la laguna, allí, detrás de la casa; tampoco los del bosque allá, en la otra orilla misteriosa de esas aguas calmas. No, no eran esos los colores que ahora lo inquietaban, sino los que se movían en el profundo interior de su alma.
Sentía un estado de conciencia a medias, donde el factor dominante era la duda, la incertidumbre.
   Quizás porque no veía otra opción, su única respuesta era la que involucraba huir del pasado, entrando sin renuencias a las circunstancias que iban apareciendo delante de él, o a pesar de que le fueran impuestas; y que esto resultara en tapar los recuerdos, insuficientes afectos…, introduciéndose de lleno en el miedo y el dolor.
   Tal vez era una forma de buscar puertas de salida a todo eso, o una puerta de entrada que lo llevara a satisfacer alguna carencia que ni él mismo, por ser niño, entendía bien de qué se trataba.
Ya había escuchado algún comentario,... decisiones con respecto a él, palabras dichas a su espalda. "Los adultos deciden sobre la vida de un niño", pensaba, "después de todo el abuelo es bueno, aunque no sabe ni escribir. El también fue abandonado y encontrado en los bosques del Paraguay, cuando era chico. Al final no conoció ni a sus padres, sólo a un hermano, ya después de viejo... Dicen que la guerra…"
   Mientras en su pensamiento todo se mezclaba, vio a su abuelo acercarse. Este respiró hondo sofrenando un suspiro. Palmeó cariñosamente el hombro del niño en un gesto poco acostumbrado…
   -Vas a ir con el doctor, mi’jo. Seguro que vas a aprender muchas cosas –le dijo con una sonrisa que pretendía ocultar algunas lágrimas, las que aparecían inevitables y aumentaban el brillo de sus ojos azules.
El abuelo, de buen carácter, de fácil sonrisa, de porte físico mediano, sumamente trabajador y con el concepto de la honestidad grabada a fuego en la sangre, no sabía ni leer ni escribir y era casi el único sostén de la familia, que se componía más de nietos que de sus propios hijos.
   El espacio de tierra que poseía estaba siempre cultivado con árboles frutales, verduras, e incluso tabaco, que luego de cosechar con su esposa, lo procesaban caseramente para venderlo en el Paraguay o en el vecindario de la isla.
Tenía aves de corral y algún ganado vacuno que carneaba de tanto en tanto, y leche para consumo familiar. Todo esto le demandaba actividad desde la madrugada; porque además era empleado estatal de salud pública del Chaco. El pequeño sueldo obtenido, cubría apenas los gastos hogareños que no lograba hacerlo con la producción casera.
   Conformaban una buena sociedad el abuelo y la abuela; él, correntino; ella, paraguaya. El, atendiendo no sólo lo de la casa, sino también la actividad externa; y ella ocupándose de todo lo doméstico, aferrada a una pipa siempre humeante, y un rebenque eternamente bajo sus brazos con el que domaba tanto a niños como a los animales.
   El origen de la conformación familiar y el asentamiento en una isla del Chaco argentino, habría que rastrearlo en los vericuetos políticos, intereses económicos de las grandes urbes (corrupciones incluidas) y las guerras asociadas. Todos sus hijos nacieron en el Paraguay, y la mudanza fue la resultante de inestabilidades políticas. Pero, de todo esto, no siempre le llegan a un niño los elementos de la comprensión de sus orígenes o la atenuación de las consecuencias de esos desarrollos y sus resultados.
   El niño no entiende que en la burbuja de su pasado cercano y su origen ya están incluidos los condimentos de su presente.

   La lancha saldría a las once de la mañana hacia Paso de la Patria. La preparación para el viaje era escasa; pocas y modestas pertenencias; sin embargo la sensación que percibía era la de una marcha definitiva, un viaje sin regreso.
A la hora de la despedida, los primos y hermanos rondaban cerca, silenciosos, sin más expresión que los ojos bien abiertos clavados en él.
Miró por última vez hacia "el bajo", allí donde el río al crecer, descargaba algo de su fluido formando una laguna. Dio un vistazo a todo el panorama desde donde estaba un aliso estaqueado, hundido horizontalmente a ras de la tierra, en el borde del patio posterior de la casa; ese tronco estaba colocado ahí para detener la erosión del terreno. Prolongó su mirada hasta el fondo, allá donde acostumbraba a cantar la garza mora, cuando aparecía en el bosque al amanecer, del otro lado de la laguna. Volvió su mirada y la detuvo brevemente en el pequeño puerto improvisado, al que muchas veces despejó de irupés y camalotes, para el trabajo de lavanderas, que le estaba asignado a sus primas y hermana. Volvió más atrás su vista, nuevamente dirigida al borde del patio, bajo el árbol de paraíso donde en ese momento dormía Rompe, el viejo perro de la casa. Mientras tanto, Díquel, el perrito con que jugaba a menudo, parecía saber de su partida; giraba y giraba a su alrededor, moviendo incansable su corta cola.
   -Che cunumí (mi muchacho), atá ese animal –dijo el abuelo a otro de sus nietos.
Al fin se despidió. Saliendo de la finca, caminó por el pasillo largo ubicado a la izquierda. Debido a la sombra de los árboles la tierra todavía conservaba la humedad del rocío. Mientras caminaba surgía en su mente un replanteo insistente de cosas y circunstancias que traía el recuerdo.
Los mamones altos a su derecha, sumamente quietos, prolijamente en línea, como formados para guardia de honor, parecían decirle adiós en silencio. Detrás de esa línea de árboles frutales aparecía el mandiocal, que empezaba a asomar joven sobre la huerta. A la izquierda, flanqueaba su camino un alambrado de púas tensado sobre postes viejos, de los que en una oportunidad, uno de ellos no resistió el peso de su travesura rompiéndose; así pagó entonces, con sangre de sus piernas, el pase a la casa del vecino.
   Cerró el portón prolijamente y ajustó el cierre del bolso; mientras lo hacía, observó la puerta abierta del almacén de al lado; surgieron entonces en su retina los trazos gráficos de la libreta de crédito y con ello la semblanza del abuelo, su escrupulosidad en pagar la deuda sin pasar ni un día más de lo acordado.
A los once años de edad no entendía cabalmente la dinámica del dinero, pero sí sabía cómo afectaba su carencia por las restricciones que imponía, hasta en las necesidades tan vitales como la alimentación; es más, sabía que era debido a estas restricciones, y no sólo a la búsqueda de futuro, que tenía que marcharse.
Si bien ignoraba los parámetros con que se movía el mundo de los adultos, sí llevaba incorporada en su conciencia las normas del cumplimiento y la honestidad tantas veces platicada por el abuelo en los momentos de la sobremesa, especialmente después de la cena.
   En esta despedida no podía definir si en su sentimiento había realmente tristeza o era que pesaba más la curiosidad, la posible alegría de lo nuevo. Sin embargo sentía los abrazos de la isla, los de sus sombras y sus luces, la humedad cercana de los ríos, sus frescores; los sentía como el adiós a lo amado.
Subió al terraplén, callejón pavimentado y sinuoso bordeado de eucaliptos que lo llevaba hacia el puerto. Ahora, una voz que difundía el aire conseguía aquietar sus pensamientos; era el murmullo del río traído por el viento y también el sonido de las ramas de los árboles azotándose en sus copas. Caían las hojas y él se veía como una hoja más, ahora dejada al viento.
   Cuando bajó al muelle los tripulantes de la lancha estaban en los preparativos finales de carga; como casi siempre, había una mezcla de castellano y guaraní en el habla de la gente; eran generalmente conocidos entre sí y mezclaban cordialidad y bromas con la intensidad del trabajo.
   -¡Oh! Mba’éicha pa che ra’a (Como estás mi amigo). Vos sos el nieto de don Tabí, ¿no? -lo recibió cordialmente el lanchero.
   -Si, buen día, -contestó con algo de timidez.
-Así que te vas con el doctor Palowski… Me contó tu abuelo.
El lanchero hizo sonar sus palabras como apropiándose de cierto orgullo que suele darse cuando la humildad se une a la ignorancia; a veces, como una manifestación de solemnidad fetichista, dirigida hacia la formación profesional o a un determinado status social. Palowski es un apellido polaco, pero el doctor era alemán. Consiguió su nueva documentación con ayuda del Vaticano, cuando Alemania perdió la guerra. También obtuvo, con esa documentación y pasaporte, una orientación hacia qué países dirigirse; donde no fuera “molestado”.
-Sí –contestó parcamente el niño.
-Bueno, si querés, subí; acomodate donde puedas ch'amigo.
Subió con cuidado debido al balanceo de la lancha y se ubicó en el lateral de babor, para dejar libre el paso de carga por estribor, que era el lado por donde estaba amarrada la embarcación.

¿Son los recuerdos como ondas cósmicas del tiempo, circunstancias repitiéndose infinitamente? Así le parecía este momento; como un recuerdo convirtiéndose en concreta realidad presente.
Ahora, nuevamente se movía el mundo, su mundo infantil. Se movía con la lancha, con el muelle, con los árboles, y todo con el río. Como aquella vez, cuando vino a la isla en su primer regreso, cuando en esa oportunidad involucró también otra despedida, la de su padre. Sentía otra vez esta mezcla de recuerdo y realidad palpable. De nuevo vibró ese pequeño mundo solitario dentro de otro mundo mayor, desconocido e indiferente hacia él.

Ya todos a bordo y con el amarre liberado, la lancha se alejaba lentamente del muelle adentrándose en el río Paraguay, luego bajaría un corto tramo hacia el Paraná, que estaba allí nomás, a la vuelta del recodo de la isla. La turbiedad acentuaba el misterio del río que batía sus lenguas infinitas salpicando los rostros pensativos; también salpicaban los sueños, dentro de esas mentes casi adormecidas por el ruido del motor. Juancito miró hacia atrás; siempre le intrigó hacia dónde se dirigiría la extensión del río. ¿Qué hay río arriba?... Querría remontarlo alguna vez. ¿Es el deseo el embrión de un sueño? ¿Es el sueño un camino donde sólo hay que ponerse a andar? La luminosidad del espacio más abierto lo retrajo de sus pensamientos, cuando en ese punto de la navegación la desembocadura se abría ya casi tocando al río Paraná.
En dirección a proa no se veía la costa. Ahondó la mirada en el engañoso espacio infinito. En el horizonte sólo se veían algunas gaviotas. Volvió la vista hacia lo que dejaba atrás. Debajo de la popa el río espumaba blancura, la que contrastaba con los diferentes verdores de las costas (paraguaya y argentina) haciéndose más vivos gracias a el sol de la mañana.
-¿Querés un mate, Juancito? –le preguntó el lanchero, apartándole de su abstracción en el paisaje.
-No, muchas gracias don Arévalo –respondió, mientras modificaba su postura sobre un listón de la quilla, donde estaba apoyado.
Estaba ubicado cerca de la cabina y podía escuchar la conversación del lanchero y su ayudante.
-¡Cova co Gomecito ra’y! (¡Este es el hijo de Gomecito!) –continuó Arévalo, ahora dirigiéndose a su ayudante. Lo hizo con cierto tenor de respeto machista, a lo que se refería. Palas, el ayudante, no respondió.
-E jhendú pa jhina (¿Me estás escuchando?) –reclamó Arévalo, en tono burlón.
-A jhendú (Oigo), –respondió Salas, a desgano.
-Hijo’e tigre co cunumí (¡Es hijo de tigre este muchacho!) –enunció de nuevo Arévalo, con clara intención de zaherir a su compañero.
-¡Bah! ¡Maba pa tigre! (¡Bah, quién es tigre!) –dijo Palas, tratando de neutralizar la chanza infligida...
-¿Maba pa?... (¿Quien?...) Ja ja ja… Me dijeron, que con Gómez te salió mal lo de la rubia aquella.
-¡Bah! ¡No pasó nada! –se defendió Palas. Arévalo largó una risotada.
Como premisa inevitable, esta conversación llenó su mente de preguntas e inquietudes referidas a su padre. ¿Qué conocían de él estos hombres? ¿Cuáles fueron las andanzas de su padre por estos lugares? ¿Saldrá alguna vez de la cárcel? ¿Lo volvería a ver?
Ahora, la lancha entraba en el planchón más claro y amplio, al cruzar la línea divisoria que producen las corrientes y las diferentes turbiedades de las aguas. A la derecha del panorama de popa se desarrollaba la punta del continente paraguayo; esas barrancas también habrán de quedarse entre aquellas cosas que habrían de alimentar su curiosidad y se añadirían, a la sumatoria de inquietudes insatisfechas. Los monos carayaes estaban silenciosos en la silvestre vegetación; es en el ocaso cuando estos suelen alterar escandalosamente el silencio del lugar; sólo una canoa pequeña, tal vez pescadora, aparecía casi camuflada por el tupido follaje. A la izquierda todavía se notaba la isla en la prominencia de su cerro, el cual remataba su cresta con la fachada ambarina de la iglesia principal.
En este punto de la mirada, vino a su mente el recuerdo de aquellos preparativos inconclusos para el catecismo y los rituales religiosos que jamás pudo entender. Allí apareció en el recuerdo los juegos y travesuras, las andanzas en el bosque y en el río. "¿Volveré algún día a navegar sobre los troncos, los alisos traídos por la inundación?". Al volverse hacia babor, una estampa conocida pero casi fantasmal cortó sus pensamientos; desde el horizonte bajaba por el río una jangada; a lo lejos era sólo una tosca línea derivando sobre el agua. Encima de esa línea había una pequeña figura que parecía ser la de un hombre erguido y cerca de éste, la de otro hombre sentado. Aparentemente tomaban mate.
...Sí, eran hombres nomas, no fantasmas, los que navegaban sobre un tendal de maderas bañadas por el agua; pero a la distancia, el conjunto parecía un simple garabato dibujado en la página acuosa del horizonte. Bajaban a la velocidad lenta de la corriente sumada a la fuerza inercial del maderamen, el cual tenía un tamaño desproporcionado con relación a la cantidad de sus tripulantes.
De nuevo surgieron la inquietud y esas preguntas que se apilan en el arcón de los misterios que suele atesorar un niño. ¿Cómo es que a esa gigante acumulación de inerte vegetal, puede dominar y conducir un pequeño hombre cabalgando a la intemperie sobre la húmeda planchada de troncos?...
Pasó la jangada por atrás de la lancha; casi al filo de la distancia audible de un sapucai (grito); pasó con su respuesta de silencio. Golpeando con la instigación de la curiosidad a esa mirada de niño; mirada perdida ahora en la llanura blanca; perdida en el horizonte verde y en la opacidad de la distancia.
En el medio del río el motor de la embarcación con su ruido monótono jugaba a vencer los sentidos, sin embargo, muy tenue ahora, como esbozo de dibujante, empezaba a divisarse la otra costa, mientras la primera se perdía a lo lejos con la estela de la lancha.
Corrientes aparecía brillante bajo un día de sol al momento de la siesta provinciana de uno de sus pueblitos litoraleños, Paso de la Patria. El alemán, el doctor, con su uniforme de médico, estaba todo de blanco esperándolo ahí mismo en el muelle, parado a la media sombra de un techo de protección; tenía las manos detrás de la cintura y en su cabeza una gorra de tela floja que le caía sobre la frente y las orejas. Seguía inmóvil mientras amarraban la embarcación. El niño notaba sobre sí la mirada escudriñadora, persistente, sin más gesto que el silencio del alemán, que mostraba así, un atisbo de la actitud severa y militarizada con que era conocido; continuó así, aún hasta después de haber bajado el niño, y habérsele acercado.
-Buenas tardes, doctor –saludó entonces, Juancito.
-¡No, así no! -Reaccionó el alemán de manera áspera-. ¿A ver? ¡Párate bien!... Así, firme, e inclinas la cabeza… Ahora sí, buenas tardes.
Juancito obedecía mientras algunos pasajeros y tripulantes miraban sorprendidos, o risueños y en silencio, esa escena. –Le hizo repetir el saludo incluyendo todo el proceso formal.
Luego de esta primera lección caminaron callada y largamente hasta lo que sería su nuevo hogar. No podía evitar la tensión de ese silencio. El alemán caminaba a grandes zancadas delante de él, y su atuendo blanco, ahí, a un paso de distancia, irritaba sus ojos al reflejar la luz; el niño hacía descansar sus ojos dirigiéndolos hacia la gramilla amarillenta entre el polvo reseco del camino. A pesar de que el sol mostraba su fuerza desde arriba; en su optimismo de niño, Juancito lo sentía como un poderoso dios protector; optimismo al cual coadyuvaba la curiosidad sobre lo extraño del lugar, la conformación urbana, la ubicación más ordenada de las casas, las calles bien definidas, los autos, y otro tipo de gente.
En realidad quedaba sólo a unas cuadras el lugar a donde se dirigían, pero la incomodidad psíquica inducía en los sentidos la exagerada extensión del andar.
A la izquierda se podía ver algunos "lamparones" del río en los claros que se formaban entre árboles y edificaciones lindantes con la costa. Todo estaba calmo, no había viento y no se oían las olas rompiendo contra la barranca. El itinerario de la caminata la mantuvieron a una cuadra de distancia del río, y respecto del mismo, también esa era la ubicación de la casa del alemán.
Juancito comprendió que llegaban, cuando el alemán cruzó un puentecito sobre la cuneta, el cual daba frente a un portón de hierro y alambre tejido, justo en la mitad de la parcela amurallada. Esta encerraba huertas, árboles, chiquero, gallinero, jardines y dos casas; una en cada extremo del terreno.
El portón rechinó con estrépito al abrirse, pero no llamó la atención de una mujer que en ese momento regaba las plantas. Esta siguió en su labor mostrando total indiferencia a los recién llegados. Parecía malhumorada.
-¡Señora Antonia! –dijo en tono amonestador el alemán al acercarse. Sólo entonces, ella levantó la vista hacia él y dirigió una mirada de soslayo, casi reticente, al niño.
Esta escena dejó abierto en su entendimiento un panorama de curiosa incertidumbre que le producía un incómodo escozor, pero ahora, sin otra vía de salida, este era su nuevo hogar, y debería aceptarlo, aunque lo sintiera como una nueva imposición; un mandato que no podía, o no sabía cómo evitar.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Diapasón oscuro

Aterciopelado manto de la noche en los confines...
¡Sombra!...
¡En sí misma luz de los misterios!
Acaso, oscuro diapasón/ 
que vibra
en la soflama sufriente 
de un suspiro.
¡Allende!... 
¡Oscuro abismo es la distancia!
Y acuoso espejo, 
de los ojos a las estrellas...
donde un corazón
infinito de preguntas
llega al mío.
Autor: Juan Carlos Luis Rojas

jueves, 14 de abril de 2016

Río Paraná, despierta poesía

Viejo Paraná
Antiguo arriero de peces, dorado río,
por tu camino de siglos bajando vas,
desde donde su farol enciende la luna
hasta las islas frutales del litoral.
Sus soles tus lomos queman en el estío,
barrancas, islas y playas te ven pasar,
arriba lames las garras de ariscos pumas
abajo reflejas luces de la ciudad.
Canoas isleñas del Paraná,
quiero ser el agua por donde van,
irme cauce abajo, lluvia retornar,
y ser nuevamente río Paraná.
Asoman en tus riberas como otros días
las bellas formas trigueñas del guaraní,
pero revive en el alma de los isleños
la raza vieja que otrora reinara allí.
Quien fuera, me dijo un día mirando el río,
como las aguas tranquilas del Paraná,
que no conservan las huellas de los navíos,
y así las penas del alma poder borrar.
Canoas isleñas del Paraná,
quiero ser el agua por donde van,
irme cauce abajo, lluvia retornar,
y ser nuevamente río Paraná
(Polca canción)
Letra y Música: Edgar Romero Maciel - Albérico Mansilla














"Agua y sol del Paraná"

Por el rio Paraná,
aguas arriba navego.
El sol quema como fuego
en la siesta litoral.

Bordeando el camalotal:
pacu, surubí dorado
van navegando a mi lado
por el rio Paraná.

La canoa lenta va
hiriendo el pecho del río,
sauce triste, ceibo mío,
en sus orillas está.

Azul el jacarandá,
aromó sus ramas de oro,
derramando su tesoro,
sobre el río que se va.

El agua me ha de llevar;
nadie sabe hasta que puerto;
hay solo un destino cierto:
la pampa amarga del mar.

Viejo río Paraná:
aguas marrones y bravas
y en lo alto crestonadas
no terminan de silbar

Tristeza me da el ceibal,
sangrando sobre el verano:
si parecemos hermanos,
en el modo de llorar

Ya mi canción se me va,
aguas abajo del río,
mientras sigo mi destino
remontando el Paraná.

Rio arriba, rio va
contra la oscura corriente
agua y sol sobre mi frente
agua y sol del Paraná.

Letra: Miguel A. Brascó
Música: Ariel Ramírez








El jangadero

Río abajo voy llevando la jangada,
río abajo por el alto Paraná.
Es el peso de la sombra derrumbada,
que buscando el horizonte bajará.

Río abajo, río abajo, río abajo:
a flor de agua voy sangrando esta canción.
En el sueño de la vida y el trabajo
se me vuelve camalote el corazón

Jangadero, jangadero:
mi destino por el río es derivar
desde el fondo del obraje maderero,
con el anhelo del agua que se va.

Padre río, tus escamas de oro vivo
son la fiebre que me lleva más allá.
Voy detrás de tu horizonte fugitivo
y la sangre con el agua se me va

Banda, banda; sol y luna; cielo y agua:
espejismo que no acaba de pasar.
Piel de barro, fabulosa lampalagua:
me devora la pasión de navegar.

Jangadero, jangadero:
mi destino por el río es derivar
desde el fondo del obraje maderero,
conn el anhelo del agua que se va.

Letra: Jaime Dávalos
Música: Eduardo Falú








"El Paraná en una zamba"

Brazo de la luna que, bajo el sol,
el cielo y el agua rejuntará.
Hijo de las cumbres y de las selvas,
que extenso y dulce recibe el mar.

Sangra en tus riberas el ceibo en flor
y la pampa verde llega a beber
en tu cuerpo lacio, donde el verano
despeña toros de barro y miel.

Mojan las guitarras tu corazón,
que por los trigales ondulará.
Traen desde el Norte frutal la zamba
y a tus orillas la dejarán,
para que su voz, enamorada de la luz carnal,
arome tus mujeres, Paraná.

En campos de lino recobrarás
el cielo que buscas en la extensión.
Padre de las frutas y las maderas:
florece en deltas tu corazón.

Verde en el origen recorrerás,
turbio de trabajo la noche azul
y desde la luna, como un camino,
vendrá tu brillo quebrando luz.

Letra: Jaime Dávalos
Música: Ariel Ramirez

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Río Paraná

Río Paraná:
Tu brisa fresca respirando yo estoy.
Y canto al verte, tal vez por suerte,
cruzando el puente Brazo Largo
Y al ver tus costas verdes
en un sin fin perderse,
sentir estoy deseando lo que
sienten tantos,
que tus márgenes habitan.
Cantaba al remar, en su canoa a
ritmo firme el pescador.
Que hurga en tu vientre, buscando suerte,
como ayer, mañana ó pasado.
Tal vez arrastre hasta la orilla,
la corriente,
esta canción que yo te canto
desde el puente.
Cuando me voy a la Provincia de Entre Ríos,
en canción te lo digo,
Paraná río querido.
Cantaba al remar,
en su canoa a ritmo firme el pescador.
Que hurga en tu vientre, buscando suerte,
como ayer, mañana ó pasado.
Tal vez arrastre hasta la orilla,
la corriente,
esta canción que yo te canto
desde el puente.
Cuando me voy a la Provincia de Entre Ríos,
en canción te lo digo,
Paraná río Argentino.
Río Paraná.

De Ricado Iorio y Flavio Cianciarulo








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Brumas

El río me dirá si aún existe
con su voz de cristal entre las flores
él me ha visto en sus aguas endiosadas
y ha borrado de mi piel la oscuridad.

Tan lejos estoy de estos
paisajes tan lejos de su amor y su bondad
que parece que es delirio mi deseo
de borrar esta niebla de orfandad.

Y volver de nuevo a aquellos días
a mi río, a mi selva montaraz,
caminar de nuevo entre las flores
en las costas del bravío Paraná.

Jorge Cafrune








Noches isleñas


Noche, ¡oh noche de luna bella!,            
poblada por mil estrellas baña las aguas del Paraná.                                                          
Noche, ¡oh noche de dulce ensueño!,
que sos para el triste isleño fiel compañero en su soledad.                                                        

Noche, ¡oh noche que al alma hechiza!,        
tu suave rumor de brisa tiene frescura  de manantial.                        
Se eleva hacia el infinito un canto agreste y sentido:  
un canto que ha florecido  entre ceibos, sauces y flor de azahar.

     Brilla el Paraná bajo su fulgor.
     Noche de cristal; noche de ilusión.
     Aguas que se van para no volver,
     llevan con su andar mi hondo padecer.

Noche, ¡oh noche de luz y calma!
haz que ilumine mi alma la claridad de tu resplandor.
Noche, ¡oh noche de tenue encanto!,
no dejes que sea llanto lo que me impida ver tu esplendor.

Noche, ¡oh noche, que ya te alejas!,
escucha la triste  queja, la voz doliente de mi ansiedad.
No dejes que se malogre el fruto de tanto empeño.
No olvides al pobre isleño que sufre y canta en el Paraná.

     Brilla el Paraná bajo su fulgor.
     Noche de cristal; noche de ilusión.
     Aguas que se van para no volver,
     llevan con su andar mi hondo padecer.

¡Noches. Noches isleñas!

Letra y Música: Pedro Sánchez






Acuarela del río

       
Un canilla poí una balsa,        (Poí , del guaraní, flaco, fino)
una guaina, una flor en el río, (Guaina, chica, muchacha)
un paisaje de cielo
reflejan las aguas del gran Paraná.
Más allá, un camalote va flotando
hacia la orilla que arbolada de sauces
Nos invita a soñar...

Acuarela del río que pintas de luces
mi dulce romance.
En el mundo no hay marco más divino
y bello para nuestro amor, son su sol,
Con sus fúlgidos matices
con su brisa perfumada
en mágico arrebol
de un lento atardecer...

A la deriva el bote va
con mi amada por el río.
Meciéndonos con su vaivén
que acompasa nuestro amor.
Y apoyada en mi hombro
me musita al oído
mientras beso sus manos
completan mi dicha
aromas de azahar.

Acuarela del río (Litoraleña)
Letra y Música: Abel Montes
   







jueves, 29 de octubre de 2015

Instantes

Todo en nuestro Universo está compuesto de vibraciones y partículas transcurriendo en un espín infinito; instantes que forman y conforman.
Y así también nuestro abstracto tiempo de vivir, de sentir... Fragmentados instantes que se unen para formar, acaso una ilusión, acaso un sueño.

Juan C. L. Rojas 
https://todo-es-uno.blogspot.com.ar/search?q=instantes+

miércoles, 14 de diciembre de 2016

De sueños

Caminito de sol
por un bosque de sueños,
bajo furtivas sombras
donde lloran sus hojas.

Y en mi ensueño andaban sus pasos.
Rozaban una senda de luz,
del corazón la alborada.

Andar y andar
en la proa  de la brisa, 
cabalgando en sus besos
de risa y de flor...

Entre una rama
de tu luz asidua
un verso de amor
asomaba.

Vertida fue tu voz
en sus verdes susurros.
Donde un pensamiento jugaba
en el tobogán infinito del tiempo...
donde la añoranza arrojaba
inmune
sus hojas de otoño .

El corazón verdecia aún
de mustias esperanzas...
y eran sus alas
una gaviota fresca
delante, de las velas del viento.

Vuelvo a tu senda
en mis palabras y versos,
En mis pensamientos que agitan nostalgias.
Reminiscencias y dulzor en mi boca...
Y en mi pecho tu rondas 
en fragancia de fresias,
aquellas que cubren
hasta los santos campos
allí donde voy.
Autor: Juan Carlos Luis Rojas