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martes, 10 de octubre de 2017

Hacia el nuevo hogar

(De la serie: "El niño, el muro... y la libertad" Juan C. L. Rojas

   En esa mañana de sol a pleno, su mente tejía confusos colores. No los colores que la hermosa mañana avivaba en los rosales y en las dalias exuberantes del jardín; no los tonos, verde pastel, de irupés y camalotes flotando en la laguna, allí, detrás de la casa; tampoco los del bosque allá, en la otra orilla misteriosa de esas aguas calmas. No, no eran esos los colores que ahora lo inquietaban, sino los que se movían en el profundo interior de su alma.
Sentía un estado de conciencia a medias, donde el factor dominante era la duda, la incertidumbre.
   Quizás porque no veía otra opción, su única respuesta era la que involucraba huir del pasado, entrando sin renuencias a las circunstancias que iban apareciendo delante de él, o a pesar de que le fueran impuestas; y que esto resultara en tapar los recuerdos, insuficientes afectos…, introduciéndose de lleno en el miedo y el dolor.
   Tal vez era una forma de buscar puertas de salida a todo eso, o una puerta de entrada que lo llevara a satisfacer alguna carencia que ni él mismo, por ser niño, entendía bien de qué se trataba.
Ya había escuchado algún comentario,... decisiones con respecto a él, palabras dichas a su espalda. "Los adultos deciden sobre la vida de un niño", pensaba, "después de todo el abuelo es bueno, aunque no sabe ni escribir. El también fue abandonado y encontrado en los bosques del Paraguay, cuando era chico. Al final no conoció ni a sus padres, sólo a un hermano, ya después de viejo... Dicen que la guerra…"
   Mientras en su pensamiento todo se mezclaba, vio a su abuelo acercarse. Este respiró hondo sofrenando un suspiro. Palmeó cariñosamente el hombro del niño en un gesto poco acostumbrado…
   -Vas a ir con el doctor, mi’jo. Seguro que vas a aprender muchas cosas –le dijo con una sonrisa que pretendía ocultar algunas lágrimas, las que aparecían inevitables y aumentaban el brillo de sus ojos azules.
El abuelo, de buen carácter, de fácil sonrisa, de porte físico mediano, sumamente trabajador y con el concepto de la honestidad grabada a fuego en la sangre, no sabía ni leer ni escribir y era casi el único sostén de la familia, que se componía más de nietos que de sus propios hijos.
   El espacio de tierra que poseía estaba siempre cultivado con árboles frutales, verduras, e incluso tabaco, que luego de cosechar con su esposa, lo procesaban caseramente para venderlo en el Paraguay o en el vecindario de la isla.
Tenía aves de corral y algún ganado vacuno que carneaba de tanto en tanto, y leche para consumo familiar. Todo esto le demandaba actividad desde la madrugada; porque además era empleado estatal de salud pública del Chaco. El pequeño sueldo obtenido, cubría apenas los gastos hogareños que no lograba hacerlo con la producción casera.
   Conformaban una buena sociedad el abuelo y la abuela; él, correntino; ella, paraguaya. El, atendiendo no sólo lo de la casa, sino también la actividad externa; y ella ocupándose de todo lo doméstico, aferrada a una pipa siempre humeante, y un rebenque eternamente bajo sus brazos con el que domaba tanto a niños como a los animales.
   El origen de la conformación familiar y el asentamiento en una isla del Chaco argentino, habría que rastrearlo en los vericuetos políticos, intereses económicos de las grandes urbes (corrupciones incluidas) y las guerras asociadas. Todos sus hijos nacieron en el Paraguay, y la mudanza fue la resultante de inestabilidades políticas. Pero, de todo esto, no siempre le llegan a un niño los elementos de la comprensión de sus orígenes o la atenuación de las consecuencias de esos desarrollos y sus resultados.
   El niño no entiende que en la burbuja de su pasado cercano y su origen ya están incluidos los condimentos de su presente.

   La lancha saldría a las once de la mañana hacia Paso de la Patria. La preparación para el viaje era escasa; pocas y modestas pertenencias; sin embargo la sensación que percibía era la de una marcha definitiva, un viaje sin regreso.
A la hora de la despedida, los primos y hermanos rondaban cerca, silenciosos, sin más expresión que los ojos bien abiertos clavados en él.
Miró por última vez hacia "el bajo", allí donde el río al crecer, descargaba algo de su fluido formando una laguna. Dio un vistazo a todo el panorama desde donde estaba un aliso estaqueado, hundido horizontalmente a ras de la tierra, en el borde del patio posterior de la casa; ese tronco estaba colocado ahí para detener la erosión del terreno. Prolongó su mirada hasta el fondo, allá donde acostumbraba a cantar la garza mora, cuando aparecía en el bosque al amanecer, del otro lado de la laguna. Volvió su mirada y la detuvo brevemente en el pequeño puerto improvisado, al que muchas veces despejó de irupés y camalotes, para el trabajo de lavanderas, que le estaba asignado a sus primas y hermana. Volvió más atrás su vista, nuevamente dirigida al borde del patio, bajo el árbol de paraíso donde en ese momento dormía Rompe, el viejo perro de la casa. Mientras tanto, Díquel, el perrito con que jugaba a menudo, parecía saber de su partida; giraba y giraba a su alrededor, moviendo incansable su corta cola.
   -Che cunumí (mi muchacho), atá ese animal –dijo el abuelo a otro de sus nietos.
Al fin se despidió. Saliendo de la finca, caminó por el pasillo largo ubicado a la izquierda. Debido a la sombra de los árboles la tierra todavía conservaba la humedad del rocío. Mientras caminaba surgía en su mente un replanteo insistente de cosas y circunstancias que traía el recuerdo.
Los mamones altos a su derecha, sumamente quietos, prolijamente en línea, como formados para guardia de honor, parecían decirle adiós en silencio. Detrás de esa línea de árboles frutales aparecía el mandiocal, que empezaba a asomar joven sobre la huerta. A la izquierda, flanqueaba su camino un alambrado de púas tensado sobre postes viejos, de los que en una oportunidad, uno de ellos no resistió el peso de su travesura rompiéndose; así pagó entonces, con sangre de sus piernas, el pase a la casa del vecino.
   Cerró el portón prolijamente y ajustó el cierre del bolso; mientras lo hacía, observó la puerta abierta del almacén de al lado; surgieron entonces en su retina los trazos gráficos de la libreta de crédito y con ello la semblanza del abuelo, su escrupulosidad en pagar la deuda sin pasar ni un día más de lo acordado.
A los once años de edad no entendía cabalmente la dinámica del dinero, pero sí sabía cómo afectaba su carencia por las restricciones que imponía, hasta en las necesidades tan vitales como la alimentación; es más, sabía que era debido a estas restricciones, y no sólo a la búsqueda de futuro, que tenía que marcharse.
Si bien ignoraba los parámetros con que se movía el mundo de los adultos, sí llevaba incorporada en su conciencia las normas del cumplimiento y la honestidad tantas veces platicada por el abuelo en los momentos de la sobremesa, especialmente después de la cena.
   En esta despedida no podía definir si en su sentimiento había realmente tristeza o era que pesaba más la curiosidad, la posible alegría de lo nuevo. Sin embargo sentía los abrazos de la isla, los de sus sombras y sus luces, la humedad cercana de los ríos, sus frescores; los sentía como el adiós a lo amado.
Subió al terraplén, callejón pavimentado y sinuoso bordeado de eucaliptos que lo llevaba hacia el puerto. Ahora, una voz que difundía el aire conseguía aquietar sus pensamientos; era el murmullo del río traído por el viento y también el sonido de las ramas de los árboles azotándose en sus copas. Caían las hojas y él se veía como una hoja más, ahora dejada al viento.
   Cuando bajó al muelle los tripulantes de la lancha estaban en los preparativos finales de carga; como casi siempre, había una mezcla de castellano y guaraní en el habla de la gente; eran generalmente conocidos entre sí y mezclaban cordialidad y bromas con la intensidad del trabajo.
   -¡Oh! Mba’éicha pa che ra’a (Como estás mi amigo). Vos sos el nieto de don Tabí, ¿no? -lo recibió cordialmente el lanchero.
   -Si, buen día, -contestó con algo de timidez.
-Así que te vas con el doctor Palowski… Me contó tu abuelo.
El lanchero hizo sonar sus palabras como apropiándose de cierto orgullo que suele darse cuando la humildad se une a la ignorancia; a veces, como una manifestación de solemnidad fetichista, dirigida hacia la formación profesional o a un determinado status social. Palowski es un apellido polaco, pero el doctor era alemán. Consiguió su nueva documentación con ayuda del Vaticano, cuando Alemania perdió la guerra. También obtuvo, con esa documentación y pasaporte, una orientación hacia qué países dirigirse; donde no fuera “molestado”.
-Sí –contestó parcamente el niño.
-Bueno, si querés, subí; acomodate donde puedas ch'amigo.
Subió con cuidado debido al balanceo de la lancha y se ubicó en el lateral de babor, para dejar libre el paso de carga por estribor, que era el lado por donde estaba amarrada la embarcación.

¿Son los recuerdos como ondas cósmicas del tiempo, circunstancias repitiéndose infinitamente? Así le parecía este momento; como un recuerdo convirtiéndose en concreta realidad presente.
Ahora, nuevamente se movía el mundo, su mundo infantil. Se movía con la lancha, con el muelle, con los árboles, y todo con el río. Como aquella vez, cuando vino a la isla en su primer regreso, cuando en esa oportunidad involucró también otra despedida, la de su padre. Sentía otra vez esta mezcla de recuerdo y realidad palpable. De nuevo vibró ese pequeño mundo solitario dentro de otro mundo mayor, desconocido e indiferente hacia él.

Ya todos a bordo y con el amarre liberado, la lancha se alejaba lentamente del muelle adentrándose en el río Paraguay, luego bajaría un corto tramo hacia el Paraná, que estaba allí nomás, a la vuelta del recodo de la isla. La turbiedad acentuaba el misterio del río que batía sus lenguas infinitas salpicando los rostros pensativos; también salpicaban los sueños, dentro de esas mentes casi adormecidas por el ruido del motor. Juancito miró hacia atrás; siempre le intrigó hacia dónde se dirigiría la extensión del río. ¿Qué hay río arriba?... Querría remontarlo alguna vez. ¿Es el deseo el embrión de un sueño? ¿Es el sueño un camino donde sólo hay que ponerse a andar? La luminosidad del espacio más abierto lo retrajo de sus pensamientos, cuando en ese punto de la navegación la desembocadura se abría ya casi tocando al río Paraná.
En dirección a proa no se veía la costa. Ahondó la mirada en el engañoso espacio infinito. En el horizonte sólo se veían algunas gaviotas. Volvió la vista hacia lo que dejaba atrás. Debajo de la popa el río espumaba blancura, la que contrastaba con los diferentes verdores de las costas (paraguaya y argentina) haciéndose más vivos gracias a el sol de la mañana.
-¿Querés un mate, Juancito? –le preguntó el lanchero, apartándole de su abstracción en el paisaje.
-No, muchas gracias don Arévalo –respondió, mientras modificaba su postura sobre un listón de la quilla, donde estaba apoyado.
Estaba ubicado cerca de la cabina y podía escuchar la conversación del lanchero y su ayudante.
-¡Cova co Gomecito ra’y! (¡Este es el hijo de Gomecito!) –continuó Arévalo, ahora dirigiéndose a su ayudante. Lo hizo con cierto tenor de respeto machista, a lo que se refería. Palas, el ayudante, no respondió.
-E jhendú pa jhina (¿Me estás escuchando?) –reclamó Arévalo, en tono burlón.
-A jhendú (Oigo), –respondió Salas, a desgano.
-Hijo’e tigre co cunumí (¡Es hijo de tigre este muchacho!) –enunció de nuevo Arévalo, con clara intención de zaherir a su compañero.
-¡Bah! ¡Maba pa tigre! (¡Bah, quién es tigre!) –dijo Palas, tratando de neutralizar la chanza infligida...
-¿Maba pa?... (¿Quien?...) Ja ja ja… Me dijeron, que con Gómez te salió mal lo de la rubia aquella.
-¡Bah! ¡No pasó nada! –se defendió Palas. Arévalo largó una risotada.
Como premisa inevitable, esta conversación llenó su mente de preguntas e inquietudes referidas a su padre. ¿Qué conocían de él estos hombres? ¿Cuáles fueron las andanzas de su padre por estos lugares? ¿Saldrá alguna vez de la cárcel? ¿Lo volvería a ver?
Ahora, la lancha entraba en el planchón más claro y amplio, al cruzar la línea divisoria que producen las corrientes y las diferentes turbiedades de las aguas. A la derecha del panorama de popa se desarrollaba la punta del continente paraguayo; esas barrancas también habrán de quedarse entre aquellas cosas que habrían de alimentar su curiosidad y se añadirían, a la sumatoria de inquietudes insatisfechas. Los monos carayaes estaban silenciosos en la silvestre vegetación; es en el ocaso cuando estos suelen alterar escandalosamente el silencio del lugar; sólo una canoa pequeña, tal vez pescadora, aparecía casi camuflada por el tupido follaje. A la izquierda todavía se notaba la isla en la prominencia de su cerro, el cual remataba su cresta con la fachada ambarina de la iglesia principal.
En este punto de la mirada, vino a su mente el recuerdo de aquellos preparativos inconclusos para el catecismo y los rituales religiosos que jamás pudo entender. Allí apareció en el recuerdo los juegos y travesuras, las andanzas en el bosque y en el río. "¿Volveré algún día a navegar sobre los troncos, los alisos traídos por la inundación?". Al volverse hacia babor, una estampa conocida pero casi fantasmal cortó sus pensamientos; desde el horizonte bajaba por el río una jangada; a lo lejos era sólo una tosca línea derivando sobre el agua. Encima de esa línea había una pequeña figura que parecía ser la de un hombre erguido y cerca de éste, la de otro hombre sentado. Aparentemente tomaban mate.
...Sí, eran hombres nomas, no fantasmas, los que navegaban sobre un tendal de maderas bañadas por el agua; pero a la distancia, el conjunto parecía un simple garabato dibujado en la página acuosa del horizonte. Bajaban a la velocidad lenta de la corriente sumada a la fuerza inercial del maderamen, el cual tenía un tamaño desproporcionado con relación a la cantidad de sus tripulantes.
De nuevo surgieron la inquietud y esas preguntas que se apilan en el arcón de los misterios que suele atesorar un niño. ¿Cómo es que a esa gigante acumulación de inerte vegetal, puede dominar y conducir un pequeño hombre cabalgando a la intemperie sobre la húmeda planchada de troncos?...
Pasó la jangada por atrás de la lancha; casi al filo de la distancia audible de un sapucai (grito); pasó con su respuesta de silencio. Golpeando con la instigación de la curiosidad a esa mirada de niño; mirada perdida ahora en la llanura blanca; perdida en el horizonte verde y en la opacidad de la distancia.
En el medio del río el motor de la embarcación con su ruido monótono jugaba a vencer los sentidos, sin embargo, muy tenue ahora, como esbozo de dibujante, empezaba a divisarse la otra costa, mientras la primera se perdía a lo lejos con la estela de la lancha.
Corrientes aparecía brillante bajo un día de sol al momento de la siesta provinciana de uno de sus pueblitos litoraleños, Paso de la Patria. El alemán, el doctor, con su uniforme de médico, estaba todo de blanco esperándolo ahí mismo en el muelle, parado a la media sombra de un techo de protección; tenía las manos detrás de la cintura y en su cabeza una gorra de tela floja que le caía sobre la frente y las orejas. Seguía inmóvil mientras amarraban la embarcación. El niño notaba sobre sí la mirada escudriñadora, persistente, sin más gesto que el silencio del alemán, que mostraba así, un atisbo de la actitud severa y militarizada con que era conocido; continuó así, aún hasta después de haber bajado el niño, y habérsele acercado.
-Buenas tardes, doctor –saludó entonces, Juancito.
-¡No, así no! -Reaccionó el alemán de manera áspera-. ¿A ver? ¡Párate bien!... Así, firme, e inclinas la cabeza… Ahora sí, buenas tardes.
Juancito obedecía mientras algunos pasajeros y tripulantes miraban sorprendidos, o risueños y en silencio, esa escena. –Le hizo repetir el saludo incluyendo todo el proceso formal.
Luego de esta primera lección caminaron callada y largamente hasta lo que sería su nuevo hogar. No podía evitar la tensión de ese silencio. El alemán caminaba a grandes zancadas delante de él, y su atuendo blanco, ahí, a un paso de distancia, irritaba sus ojos al reflejar la luz; el niño hacía descansar sus ojos dirigiéndolos hacia la gramilla amarillenta entre el polvo reseco del camino. A pesar de que el sol mostraba su fuerza desde arriba; en su optimismo de niño, Juancito lo sentía como un poderoso dios protector; optimismo al cual coadyuvaba la curiosidad sobre lo extraño del lugar, la conformación urbana, la ubicación más ordenada de las casas, las calles bien definidas, los autos, y otro tipo de gente.
En realidad quedaba sólo a unas cuadras el lugar a donde se dirigían, pero la incomodidad psíquica inducía en los sentidos la exagerada extensión del andar.
A la izquierda se podía ver algunos "lamparones" del río en los claros que se formaban entre árboles y edificaciones lindantes con la costa. Todo estaba calmo, no había viento y no se oían las olas rompiendo contra la barranca. El itinerario de la caminata la mantuvieron a una cuadra de distancia del río, y respecto del mismo, también esa era la ubicación de la casa del alemán.
Juancito comprendió que llegaban, cuando el alemán cruzó un puentecito sobre la cuneta, el cual daba frente a un portón de hierro y alambre tejido, justo en la mitad de la parcela amurallada. Esta encerraba huertas, árboles, chiquero, gallinero, jardines y dos casas; una en cada extremo del terreno.
El portón rechinó con estrépito al abrirse, pero no llamó la atención de una mujer que en ese momento regaba las plantas. Esta siguió en su labor mostrando total indiferencia a los recién llegados. Parecía malhumorada.
-¡Señora Antonia! –dijo en tono amonestador el alemán al acercarse. Sólo entonces, ella levantó la vista hacia él y dirigió una mirada de soslayo, casi reticente, al niño.
Esta escena dejó abierto en su entendimiento un panorama de curiosa incertidumbre que le producía un incómodo escozor, pero ahora, sin otra vía de salida, este era su nuevo hogar, y debería aceptarlo, aunque lo sintiera como una nueva imposición; un mandato que no podía, o no sabía cómo evitar.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

viernes, 8 de agosto de 2014

Carroza de fuego - (Narrativa de Juan. C. L. Rojas)


La soledad, el aburrimiento; ver que todo el mundo se divertía mientras él estaba confinado entre esas murallas, le producía a veces intensas ganas de escapar. 
A la imperiosa necesidad de libertad se agregaba el fuego de la adolescencia, apremiándole, transmutándose en formas de travesuras y trasgresiones.  Recordó que era la última fecha de corsos y comparsas.
“De todos modos voy a ir”, pensó, “aunque se entere el gringo... es probable que algún vecino chismoso le cuente”. 

La sombra de la tarde caía sobre los naranjales; la quietud calurosa del día sumaba también al caldero de sus pensamientos.  -¡Iré de todos modos! –se dijo en voz alta reafirmando la decisión.  La fuerza del anhelo pudo más que el temor a las palizas y se preparó para viajar. A las nueve de la noche partiría el único micro hacia la capital correntina. Sin embargo, cuando se acercó a la salida, le sobrevino la duda consumiéndole minutos que no le sobraban.  -¡Maldito ruido del portón! –murmuró. “¡Es irremediable! ¡El doctor se va a enterar!”, pensó. Quedó paralizado.

La opresión implacable suele construir al miedo. Ese temor creaba en él la sensación de estar perseguido, pero su voluntad volvió a la carga; observó hacia un lado y el otro, se trepó al muro y saltó hacia la calle. La paranoia lo acompañó en la forma de muchos ojos que lo perseguían; pero avanzó deprisa, escapándose.  

“Almacén de ramos generales de Sáez y Cia.”, decía el letrero bien grande sobre la entrada del comercio. Un micro con el motor encendido, parado en la boca del galpón contiguo al negocio, le hizo acelerar el paso. Se dirigió a quien parecía ser el chofer, que esperaba fuera del transporte.
-¿Para ir a Corrientes, señor? -le preguntó. 
-¡Allá tenés que sacar pasaje, pibe! ¡Pero dale que nos vamos!
 –“Este se piensa que uno nace sabiendo”, pensó, mientras caminaba a sacar el pasaje. 
“Ya estoy en marcha, ¡deténganme si pueden!”, pensó, al tomar asiento. Su respiración y actitud denotaban sentido de logro. Ya no tenía la molestia de la indecisión rondándole en la mente; pero estaba aturdido, excitado en su alegría. No operaba en él otra cosa más intensa, que la fuerza de atracción por la libertad compeliéndolo entre las fibras del riesgo.  
-¡Pasajes! –se oyó en los asientos de adelante. 
Esa voz, elevada por sobre el murmullo de las conversaciones, cortó de manera abrupta sus pensamientos. Se puso lívido. Su palidez se enfrentó a la sonrisa burlona de quien avanzaba por el pasillo con un talonario en la mano.   
-¡Boletos!...¡Conque yendo de farra, eh! –le dijo el inspector, inclinándose sobre él mientras cotejaba los papeles. Atinó a esbozar una sonrisa tímida como respuesta, mientras pensaba: “¡Este chismoso metido! ¡Seguro que le va a contar al padre! ¡Ese viejo burlón, cuando se encuentre con el alemán!... ¡Se va a enterar!  Mientras pensaba esto, ya no veía a su interlocutor que aún estaba allí verificando el talón de pago, si no al panorama de su imaginación, donde se miraba a sí mismo, bailando al compás de las patadas y sopapos del alemán, propinadas como castigo por el paseo clandestino. La paranoia le hizo sentirse otra vez blanco de las miradas, pero dio un vistazo como al descuido y observó que había otras personas entre los pasajeros a quienes también conocía. Al verlos pensó: “Al fin de cuentas todos están ocupados en lo suyo”. Se recostó en el respaldo relajándose. 

Cuando llegaron no tuvo necesidad de preguntar la dirección del corsódromo; por las conversaciones que escuchó mientras viajaba, supo quiénes de los pasajeros se dirigían hacia allí y los siguió.  A medida que caminaba las pocas cuadras, los condimentos de la emoción dosificaban en su cuerpo la adrenalina que le hacía brillar los ojos y le daba un leve cosquilleo en el estómago. Música, serpentinas y luces acentuaban el clima de ambiente festivo; de algún lugar venían a mezclarse sonidos de percusión. Deprisa se metió entre la gente filtrándose hasta el centro más tumultuoso. Buscaba un lugar cómodo, donde pudiera ver; el apretujón le hacía transpirar y andar errático. Logro ubicarse, por fin, cerca de un grupo de chicos, tal vez por casualidad, o más bien porque sus ojos fueron arrastrados hacia allí con un imán poderoso, que doblegó totalmente sus miedos y pudores.

La niña (no tan niña por las curvas ostentosas y su modo de mirar) se contoneaba rítmica y delicadamente al son de la música. Toda su actitud era una inequívoca y graciosa invitación a lo sensual. 
-¿Y este deleite de mango maduro? –murmuró, mientras apuntaba sus ojos en el centro mismo de la mirada femenina que se desvió, luego de detenerse un instante en él. 
-¡Qué me importan las palizas! –murmuró otra vez-. ¡Todo lo que me habría perdido si no venía! 

La murga que inició el orden del desfile, aumentaba el sonido de parches y batientes al acercarse;  cada golpe de los tambores era también una excusa más para el acercamiento y el roce de los cuerpos.  Ahora la mirada de la niña volvía a él y entraba sin recato en el alma de sus ojos, en su sangre; dándole además la yapa de una sonrisa que inducía en sus deseos le interpretación de permisos inconfesables. 

-¡Tengo que acercarme un poco más! -se dijo, entre divertido y ansioso.  Volteretas de payasos ruidosos delante de la marcha, los distrajo por un momento del hechizo erótico. La comparsa, Copacabana, avanzaba con bailes y cánticos, entre brillos y luces, al compás de ritmos delirantes y estruendos, que cargaban molécula a molécula la libido adolescente. En lo alto de la carroza, la reina movía la hermosura de su cuerpo, vestida de tenues plumajes, al tiempo que parecía sonreírle a cada uno de los espectadores, de quienes se veía la respuesta en la excitación de sus ojos.  Pero Juancito Gómez, ya no dedicaba atención a esa belleza encumbrada en la sensual carroza de fuego, colmada de luces y ornamentos. Su generoso embeleso estaba allí, en la niña que cercana a él, no sólo le extraía sonrisas, sino también, le ponía burbujas en la sangre, susurros en los labios, que aunque no se escucharan con nitidez, ambos lo entendían.  Rozaron sus manos dos veces; a la tercera sensación de tibieza sobre su dorso, él tomó la de ella, mientras todo parecía moverse en la vorágine enloquecida. Ya no tenía noción de tiempo; sólo sentía instantes placenteros sucediéndose sin conciencia de transición.
“¿En qué momentos fue que la tomé de la cintura?”, pensaba embriagado de éxtasis, sonriente. La relación fluía sin esfuerzo, como el desenvolvimiento normal de la naturaleza. 
-¡Vamos! –leyó él en los labios de ella, que señalaba  la tarima donde se apoyaban sendos bafles.
Sin dejar de bailar, sin soltarse la mano, fueron desplazándose hacia ahí.
No tardaron los besos. Sin remordimientos se olvidaron del mundo.  Otra comparsa desfilaba ahora, entre serpentinas, espumas y matracas. Este grupo tenía más agilidad en el ritmo musical y el movimiento coreográfico. Mientras Copacabana se manifestaba en la suntuosidad de los atuendos y ornamentos, Ara Verá sobresalía en la belleza de las figuras del baile y de las jóvenes, enfundadas en su propia piel, con alguna escasa vestidura y brillos relucientes.  
Recostados en la tarima, él y la niña, vibraban acorde el sonar de los altavoces, pero también ellos estaban en sintonía y resonancia entre sí. El lenguaje de la mirada sugestiva de la niña otra vez actuó y Juancito Gómez entendió el favor de las circunstancias; ambos se sentaron a descansar (si vale como excusa), sobre una madera que unía las patas del mesón; pero eran ciegos espectadores del desfile; tal vez alguien lo era de sus besos.
Un hule misterioso, inesperado,  que cubría la parte libre de la tarima y que rozaba sus cabezas les llamó la atención.  
-Agarrá la tela con tu mano derecha  -le dijo él, al oído, mientras hacía lo mismo con su mano izquierda. Ella sonrió con ganas al darse cuenta de la picardía.
Fueron jalando el paño detrás de sus espaldas.  -Un poco más -le pidió él, y el hule tocó el piso. 
Algo continuaron hablando cada uno en el oído del otro, mientras la carroza de Ara Verá se acercaba lenta y monumental. Ambos se hallaban prestos y ansiosos, con su mano aún aferrando el orillo de la tela. Él observaba el desplazamiento de la sombra de la carroza; sombra que barría con lentitud al gentío en las primeras filas de las gradas; la gente embelesada dirigía sus ojos a lo alto de la muestra rodante, pero la atención de los jóvenes era algo simple: nada más que la ubicación de la carroza y su sombra al desplazarse, lo que ahora ya pasaba sobre y delante de ellos; y entonces con un sólo movimiento de sus brazos se ocultan; mientras una oscuridad barre el hule, y otra los cubre en su pequeño universo íntimo.  Rieron sólo unos instantes bajo la cubierta del pliego y los tablones; luego transformaron su risa en susurros, besos y caricias.
Se hallaban hundidos en el abismo del bullicio que ya no oían; solo sentían el placer en la paradójica comunión de jadeos y gemidos.   El camino sonoro de la noche fue perdiendo decibeles; fue menguando la intensidad de la algarabía; los ojos se alargaron en la despedida indeseable y golpeó el adiós impertinente a un momento juvenil sin preguntas y sin respuestas.
Ahora el regreso, con la soledad del pensamiento donde la niña aún permanecía en imagen, su cuerpo, sus ojos. 
Bocinazos insistentes le hicieron levantar la vista del suelo. Del Jeep, que en el medio de la calle aceleraba su partida, veía la efusividad de unas manos agitándose en una ventanilla; el saludo provenía de una silueta joven de mujer.  “¡El Jeep del intendente!” murmuró, mientras respondía al saludo.
“¡Es María!”, se convenció regodeándose entre incrédulo y regocijado.  Su amor inconfeso de séptimo grado, oculto en su corazón, la dueña de la mirada más hermosa, la que apoyaba el rostro en el pupitre sobre su brazo para mirarle desde una punta de la sala hasta el otro extremo donde se ubicaba él, ¡estuvo allí mismo, entre ese gentío, y no pudo verla! ¡Ahora va ahí, atrapada en el auto de su padre, el intendente de Paso de la Patria con quien trataba el alemán!

Su actitud oscilaba de regocijo a preocupación, de preocupación a regocijo. ¿Se enterará su tutor mediante esta nueva vía posible del chisme, acerca de  la travesura de haberse ido a Corrientes sin permiso?.  El viaje de regreso fue calmo y adormilado, pero con gran actividad de sus cavilaciones.  “¡Me saludó tan efusivamente!... ¿Será que me quiere?... Y yo jamás le dije lo que siento por ella, ¡qué bobo!... Pero esta... ¡qué regalo de carnaval!... Ofelia...  ¡Qué nombre, pero qué linda!...¡ni siquiera le pregunté la dirección!... Para qué, si nunca podríamos vernos. ¡Oh, Dios! ¡Qué es esto que se siente! ¿Gané?... ¿Perdí?... ¿Es placer o es angustia recordar? Otra vez el encierro, esperar... cuando sea no sé qué...”. 

Al llegar ya despuntaba el alba; entró sin recaudos ni temores. Presuroso acomodó todo en la casa, para que no muestre el aspecto de haber sido abandonada.   Pasada las ocho y media de la mañana, sonó una voz, llamando desde la vereda, frente al portón. 
-¡Juancito! ¡Abre!  Era el alemán; el doctor regresaba de su turno de trabajo en Isla del Cerrito.  Ese día transcurrió normal; en el siguiente se desencadenó lo que temía.  
A mitad de la mañana vio ingresar al intendente, acompañado del alemán, con unos papeles en la mano. Les oyó hablar acerca de la protección del hospital de Paso de la Patria por la peligrosa crecida del río. 
-¡Juancito, trae un asiento! -ordenó el doctor. El adolescente cumplió la orden y saludó inclinando la cabeza; seguido siempre de la atenta observación de su tutor. 
-¡Así que te fuiste a divertir anteanoche! –dijo ingenuamente el visitante con intención de entablar un diálogo con el joven, que demudó su rostro al instante. 
-¿Cómo? –preguntó el doctor, levantando de inmediato la cabeza con clara actitud de haber sido burlado. El adolescente ahora cambió su color, del pálido al rojo. 
-Nos vimos en el corzo... ¡bueno, el chico tiene que divertirse doctor! –dijo el intendente, tratando de enmendar el error involuntario de haberlo delatado. 
-¡¿Con el permiso de quién?! –vociferó el alemán, dando dos pasos hacia el chico. Este sintió un agudo dolor en el oído al ser jalado con fuerza desde el lóbulo de la oreja en una media vuelta alrededor de su verdugo. 
-¡O te enderezo, o te rompo! ¡Ya verás! –concluyó el alemán, dejando incertidumbre en cuanto a si concluyó, o no, el castigo.  

Lo que definitivamente no concluyó, era algo en lo profundo del espíritu o del alma del niño,  algo que tenía y faltaba al mismo tiempo.   La niña del corso no desaparecería de su mente pero ya no tendría cómo contactarse. Era una puerta más, de esas misteriosas, que se abren hacia el vacío. Vacío que quizás, algún día, signifique su libertad.


AUTOR: Juan Carlos Luis Rojas



jueves, 25 de mayo de 2017

Torbellino

Ahí viene...
Viene con la mirada...
la nuestra,
bajando sus banderas
en la ternura y el deseo...
el deseo sentido
de ser alma
fundida en el amor.

Ahí viene...
Viene con el calor
de nuestros rostros
que irradian destellos...
luz de pasión.
El roce voluptuoso
de sus auras
cantando a la vida...

Ahí viene
junto al calor anhelante
de los labios...
Cuando la respiración
se funde
en torbellino sensorial
y suspiros...
cuando la mirada
se pierde en el ensueño,
huyendo tras la cortina
de los ojos...
tras la emoción de sentir...
Y el mundo
se hace remoto,
ignorado.

Ahi viene...
Con sus labios latiendo
en el instante infinito...
Sellándose ,
en un punto donde convergen
la fuerza de la ternura
y la dulzura de la pasión...

Llega...
rindiéndose
y conquistando
sus tierras ensoñadas
adentrándose en sus mieles...
Escoltado de caricias va,
afianzado del placer
en cada rincón
de la piel
y de la vida...

Ahí viene...
Libando
en su cópula
de pasión
de placer
de amor,
el beso.
Viene con sus labios latiendo
en el instante infinito...
Sellándose ,
en un punto donde convergen
la fuerza de la ternura
y la dulzura de la pasión...

Llega...
rindiéndose
y conquistando
sus tierras ensoñadas
adentrándose en sus mieles...
Escoltado de caricias va,
afianzado del placer
en cada rincón
de la piel
y de la vida...

Ahí viene...
Libando,
en su cópula
de pasión,
de placer
de amor,
el beso.

Autor: Juan C. L. Rojas

domingo, 28 de mayo de 2017

Piensas

Con mirada de niña  
    inclinas tu rostro
(¡fémino engarce!)
    que apoyas 
en la corola de tu mano...

Bella.
Silenciosamente, piensas...
Con mirada de ensueños, 
piensas...
¡Sientes en el alma! 
    ese fragor tierno de amar...

Piensas, 
y hay una comunión con mis silencios.
Una alborada cantando 
    con trinos    fervientes    de pájaros.
Una suave luz que fragua auroras
    desde tu ser 
profundo y cierto.

Te miro
y veo un raudal de caricias...
¡derramándose!
vertiendo cantos infinitos...

Te miro...
y profusa miel
    cosquillea en los torrentes
donde navegas con tus sueños
...allí, entre los míos.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas  

lunes, 4 de julio de 2016

Florecimiento

¡Mírame! Y que tu mirada estalle en mi... Que vuelque y revuelque de ternuras combatiendo en tu color lo opaco gris de mis dolores. Mírame, con los ojos asombrados del alba rebuscando en mis pasos los brazos de un sueño. Con la ternura complaciente del nido que te espera cuando el tibio azul se nos quite en el abrazo de la noche. Mírame, con la mirada inclaudicable que lanza valiente sus dardos de suspiros y enjoya en su abrazo de luz la planitud de los besos. Mírame, aunque la resignación obligue en retirada al nido donde atesoras tus sueños. ¡Háblame, cántame con tus ojos! la verdad silente que en tu pecho grita, como en un temblor de hojas de un cálido verano, o en los pétalos exultantes, de el incipiente y bravo florecimiento de amar. Autor: Juan Carlos Luis Rojas



miércoles, 3 de octubre de 2018

Cambio y fluir

"...Ciertamente vivimos en un mundo de posibilidades, y podemos vivirlos en la medida que estemos dispuestos a liberarnos de esquemas que nos acotan, desde nosotros mismos o desde el entorno...
El cristal de nuestra lente suele estar empañado de una nube de subjetividades, telarañas que nos confieren los nichos de las culturas, los falsos paradigmas y prejuicios adquiridos.
En la medida que ascendamos en humildad y crecimiento espiritual, quizás, iremos consiguiendo algún cierto grado de objetividad... La mirada más despejada del cóndor.
Bienvenido sea el cambio si es para bien, pero jamás impuesto ni coacionado, ello no tiene sustento y no perdura... Sin embargo debemos estar prestos a cambiar para que el cambio no nos pase por encima; a veces es necesario modificar anaqueles y estanterías de nuestra vida...
El humano por esencia es libre, y paradójicamente se acorrala a sí mismo con un sin número de ataduras, internas o externas...
Creo que el amor debería ser abierto, para que sea amor. No debe ser cortado, moldeado de ex profeso, a la medida del otro, sino desde SER, en primer lugar, nosotros mismos..."
Juan Carlos Luis Rojas

https://todo-es-uno.blogspot.com/search?q=cambio
"...Ciertamente vivimos en un mundo de posibilidades, y podemos vivirlos en la medida que estemos dispuestos a liberarnos de esquemas que nos acotan, desde nosotros mismos o desde el entorno...
El cristal de nuestra lente suele estar empañado de una nube de subjetividades, telarañas que nos confieren los nichos de las culturas, los falsos paradigmas y prejuicios adquiridos.
En la medida que ascendamos en humildad y crecimiento espiritual, quizás, iremos consiguiendo algún cierto grado de objetividad... La mirada más despejada del cóndor.
Bienvenido sea el cambio si es para bien, pero jamás impuesto ni coacionado, ello no tiene sustento y no perdura... Sin embargo debemos estar prestos a cambiar para que el cambio no nos pase por encima; a veces es necesario modificar anaqueles y estanterías de nuestra vida...
El humano por esencia es libre, y paradójicamente se acorrala a sí mismo con un sin número de ataduras, internas o externas...
Creo que el amor debería ser abierto, para que sea amor. No debe ser cortado, moldeado de ex profeso, a la medida del otro, sino desde SER, en primer lugar, nosotros mismos..."
Juan Carlos Luis Rojas

https://todo-es-uno.blogspot.com/search?q=cambio

martes, 5 de julio de 2016

Presencia

A la sazón,
el despliegue de la flor,
abriendo sus pétalos al aire,
¡desliéndose generosa!
en perfumados sabores,
en el grave vigor
de sus pigmentos...
Y así te presentas
alumbrándote en mis ojos
complacidos
en el vértigo del asombro.
Y ya pronto
va mi espíritu
donde se aprestan
abeja y néctar
a libar zumo a zumo
los dulzores
que calando van
en tu mirada,
y en la revelación
de sino esplendente
la sinuosidad,
el signo de tus pechos
y del mio suspirante.
Caigo bendecido
en el regazo de tu luz
quieta y expectante,
de torbellinos y silencios,
de candores,
gestándose en tus labios
y en la ansiedad de tu boca,
en la avidez de la mía.
Caigo en el sonido
que tus ojos me susurran
sin mezquindades
en su humedad continente
y su brillo que resuena
en el diapasón
de mi temblor,
en los cauces
de mi sangre
que en
níveo
riego
cae
en esa
comunión bendita
de cuencas
y afluentes
rebasantes
de pasión,
natura,
y de amor.

sábado, 8 de julio de 2017

Piel y grafias

Con el brillo
de nuestros ojos
se camufla
y zambulle
en la piel
el deseo...
Anhelos de mar
la pasión
en nuestros cuerpos,
transita en su sed,
de fuego.

La noche calienta
sus figuras de sombras
mientra los ojos se miran
con luces verdes.

La mirada
se adentra
en el corazón
y habla
en caricias
y besos.

Agitada la sangre
en la respiración descansa,
modulada en susurros
y extasiados oídos.

Y mientras,
tu ternura
en la espera
que anhela...
¡cantan
mis manos
tus manos
y besos!...
Las mías
se pierden...
Tu senos...
¡fruicción!
poesía traviesa,
donde esperan
tus goces
en cada letra,
en cada ladera
de tus curva,
en cada centella
de mis dedos
navegando
sobre tus auras
tibias...
¡indecibles!
Piel y grafías
termales
latiendo.

En sueño
de no soñar,
su danzar,
la nieve
derritiendo
va al clamor
de jadeos,
frenesí
de cuerpos
y almas...
Las nuestras...
Desbocadas.
Fundidas
en el elixir,
¡cénit!
cielos
del amor.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas
https://todo-es-uno.blogspot.com.ar/search?q=piel

viernes, 26 de febrero de 2016

Ventanas

Disculpa
pero esa mirada
con que me miras
deseo consumirla...
atiborrarla en besos.

Entiende por favor,
¡consumirla!... 
en el buen sentido,
con mis ojos de sentirte,
con el sabor deseante,
el deseo bien nacido
y bien humano,
con el placer de amar
con la bendita licitud
del fuego de amarnos.

Y es que,
 además,
tus ojos bajan
envolviendo tu ser
con el papel de la ternura
con la tersura abierta
de la justa calidez
encerrada en tu piel
en las crujientes alboradas
donde sueñan las esperas...
y lo entregas a mi alma
a través de mis ventanas
que así, también te miran
y en sí mismo,
consumiéndose van.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas

miércoles, 24 de octubre de 2018

Paradojal

Un estilete sanguinario retoma el blanco
    centrado en el corazón donde la llama resiste.
Y el salitre florece en las grietas cansadas.

Asustan los abismos de ecos que se mecen/
    aquí dentro/
        en las cavernas cristalizadas del cuerpo.
Sombras aletargadas.
¿Fortalezas invencibles acaso?
Regimiento oscuro
    que presenta sus armas
        en este incierto batallar.

Río revuelto
    de inmemoriales y opacas turbulencias
        es mi tierra desangrada.
Y es por alzar banderas
    que suelen enemistarse los hombres.

Son golpes de espumas
    lo que truena
         en las costas sedientas.
Es antinatural lo que coarta al alma.

Paradojal esta conjunción de brazos
    que luchan/
desde la naciente misma
    de la semilla.
Paradojal el coloreo microcósmico
    de la fruta madurada.
Paradojal el diseño de arabescos
    sobre andamiajes y cornisas.
Paradojal mi canto/
    que pretende
        (ya en las postrimerías)
            estos vagos himnos de esperanza.

Una vez más
    son pétalos adormecidos en el temor
        los lazos rotos de las manos/
mientras el camino
    suele ser... ¡larga siembra de llagas!

No son los médicos
    quienes curan el corazón
sino la mirada amorosa
    de los ojos que se acercan.
¡Qué duro es convencer
    a los ángeles malditos
        de la alegría!

Te repito una vez más/
¡Que no te confundan mis ojos!
    si juegan/
en la luz de sus sombras.

AUTOR: Juan Carlos Luis Rojas

martes, 19 de enero de 2016

Romances del sol

                                            Imagen de internet: http://fannyjemwong.files.wordpress.com/
                                                                                         2011/05/00620530tum.jpg


Y el viento,
atravesando feliz
la cálida geografía de tu piel
me trae su aroma sutil
en la modulación victoriosa
de fresias y jazmines .

Ascendieron al cenit, mis ojos,
para buscar el punto perfecto
donde miran
apetecibles curvas del paisaje
montes arracimados de pétalos fragantes...

¡Oh, si pudiese abarcar
tu superficie!
palpitar arrebolado
donde el sol
ardiente
construye sus romances...

Contenme en tus senos
de montes estallando,
o en el arrullo
de tu mirada soñadora...
Detenme en tus alas
mariposa audaz,
asido a tu cintura van
mis brazos anhelantes,
de amores y pasiones,
en romances del sol.

Autor: Juan Carlos Luis Rojas


                               Imagen de internet: http://tinyurl.com/j6mcyaf





Romances del solY el viento,atravesando felizla cálida geografía de tu pielme trae su aroma sutilen la modulación...
Posted by Juan Carlos Luis Rojas on sábado, 30 de enero de 2016

jueves, 1 de junio de 2017

Incierta aproximación al autor

Las palabras, mensajes, significantes, pensamientos, sentimientos... sólo son nervaduras vivas (o muertas, "isquémicas"), en las arterias del cuerpo del alma y del espíritu... Por tal razón, uno no puede conocer a un autor por una de sus obras; apenas (¡si acaso!) un esbozo. Una aproximación, más tal vez, equivocada.
Habría que conocer toda su obra; también sus vida misma (ya inalcanzable, quizás)...
Una mirada, puede tener un mundo de significantes, que orbitará muy por encima de las palabras. Esas palabras que sólo nos darán un atisbo del insondable corazón del hombre.
Juan C. L. Rojas
https://todo-es-uno.blogspot.com.ar/search?q=palabras

miércoles, 25 de enero de 2017

La vida

La vida es un camino que vamos construyendo a medida que avanzamos, sin guías perfectas, sorteando diversos accidentes... cimas y depresiones, charcos y escollos. Cada punto en la bitácora apuntará hacia el paso siguiente: surge  una nueva mirada hacia adelante, después de cada logro,  después de cada fracaso.

Juan Carlos Luis Rojas

lunes, 14 de mayo de 2018

Totalidad del amor

Hay poesía develada  en el aire donde hienden los ojos de los que miramos, cuando esa mirada es con la profundidad del amor...
Cuando hablo aquí, del amor, no lo estoy circunscribiendo al amor de pareja, sino al amor más grande, general; lo que considera a la Totalidad que hace a la poesía, el que debemos emplear en toda la interacción de nuestro existir, envolviendo, incluyendo, aún, a lo cosmogónico...
Juan Carlos Luis Rojas

jueves, 14 de julio de 2016

Temblor

Inútil sofrenar,
que de mirarte
se desboque 
un galopar...
en mi pecho.


Es que me rebasas
con tus ojos
que envuelven
con su luz
la paloma asustada
de mi ser...


Tu sonrisa tibia
modulando va
esa mirada tierna
de mar
en temblor vivo,
humedad
y rumor
en el suspiro
hendiéndose en mi
desde su capullo
deseable de libar.

De los labios
que tenue y suave
aspiran
alientos y suspiros
pétalos de rosas son
para mimarme en su perfume.
Es sino de su sino
desflorarlo en besos
que al ser amado
tornen aún
más hermosos
latiendo
en rojo punzó
su pasión de ser..
el gozo de amar.

jueves, 11 de mayo de 2017

Una mirada positiva sobre la tristeza

"...al igual que cuando estamos felices sonreímos, cuando estamos tristes debemos expresarlo, es decir no debemos reprimir lo que estamos sintiendo, por ejemplo ante la pérdida de un ser querido no debemos evitar llorar. El expresar que nos sentimos tristes nos permite recibir ayuda, pero también nos ayuda a adquirir recursos y habilidades para superar el proceso. Además favorece la reflexión y el autoconocimiento..."
http://taispd.com/para-que-sirve-la-tristeza/

domingo, 12 de junio de 2016

El beso aquel


Y poner el sello en tus labios
quisiera y acaso pudiese...
cuando mi boca bebiese de su cáliz
y donde mi lengua entendiera,
del sabor de luz y dulzura en su cántaro...
Que en un movimientos de ríos
unifiquen
sus sales
victoriosas
y cual sauce
el movimiento alear
de tu cabellera vertida
acaricien las aguas libadas
que sobre arrobada piel...
¡allí van en deleite!
¡Adormecerme!
en tu rostro dormido...
en tus ojos
a media luz del ensueño.
Acaso sentir de tu pecho
sus tibios domos lunares,
de tu cordillera,
estallando en el mío.
Y qué dira
aquel fondo
misteriosos
de tu mirada
donde un anhelo anida
y donde un deseo vehemente
atiza
de hermosa esplendencia
su luz.
Como niña que espías
tu ventanita en azul
donde desbordan tus ojos
sonrientes de asombros
y de luz incipiente
de piel que nace al amor.
Así es
que se arraciman tus labios
se arrebujan en sus comisuras
inquietos
esperando,
esperando,
el beso aquel
que nunca llegó.

miércoles, 25 de mayo de 2016

En ti


Te miro y remiro
modulando esta luz
sobre el haz vertiginoso
de un suspiro.
Acaso pudiese arrebujarme y anidarme
en ese capullo floreciente de tu rostro...
allí germinarme y germinarte
en el comienzo de nuestros tiempos,
y en un empujoncito más de vida
darnos el gozo de ser,
en el uno y en el otro
un camino sin final
de la dicha...
Desde esa flor
que compone tu mirar,
que tiene el color
de la hermosa calidez,
y que me envuelven
desde tus ojos
como pastores,
arreando a la manada de mi sangre...
la que hace sus delicias
nutriendo mis cimientos y simiente...
Déjame al menos,
lo acontecido,
en la memoria de mis ojos
en la memoria gustosa de mi boca
ese intercambio de cristales sensitivos
en la mirada
ese fluir osmótico de mieles
entre tu boca y la mía.
¡Deja! que mi memoria
así permanezca,
en ti,
en mi.

lunes, 1 de mayo de 2017

¿Poesía o narrativa?

¿Poesía o narrativa? La elección es contundente. Está a la vista. La poesía es mirada de soslayo. Con cierta indiferencia; como cuando se mira algo inútil. "La poesía no interesa. La poesía no vende", decía un amigo, y tiene razón. Sin embargo... No siempre, por el hecho de que algo surge por elección mayoritaria, significará lo superlativo, lo bueno, lo correcto. Pregunto. Busco una respuesta. ¿Por qué es tan contundente esta elección cuantitativa? Sí. Enfatizo: No significa calidad. Lo mayoritario no siempre involucra niveles cualitativos. ¿Es un concepto elitista lo mío? Puede ser. Pero... Se me ocurre que hay una razón para el mundo que conocimos. Hay algo que hace a su conformación. Dentro de sí, en el centro de la vorágine de su espíritu, existen infinitos ciclos recurrentes de causa y efecto; una reversión constante. Una especie de feed back o retroalimentación, que da vuelta y regresa sobre lo dañino, o que por lo menos produce un encierro en cierta miopía que es paradójica a la inmensa posibilidad de inteligencia y sabiduría. Hay una tendencia a buscar lo superfluo, y escapar de todo lo que conlleve profundidad de pensamiento. Pareciera ser más entendible y atendible lo prosaico que lo espiritual. Se diluye en el desinterés aquello que rescata valores que van más allá de lo mezquino, más allá del propio centro del ego. Entiéndase que no pretendo volcarme ociosamente hacia lo etéreo, pero observemos la realidad, ¿qué es lo que más se consume en literatura? Alguna vez habremos oído el siguiente comentario que nos ilustra: "Busco una novela entretenida para las vacaciones", (de todos modos, quien ha hecho el comentario, seguramente, siempre lee novelas "entretenidas"). Algunas estadísticas ponen este orden de consumo: ensayo, novela, cuento y al final la poesía. Por supuesto, se sabe, ¡hay cada ejemplar de poesía! Sin embargo, hablando con más seriedad, e insistiendo: el mundo necesita de la poesía. Más poesía a esta dura realidad.
www.clarin.com/diario/2008/07/08/opinion/o-01710551.htm
 Para que tengamos un mundo mejor, el mundo debería incorporar y comprender a la poesía; necesita liberarse un poco de lo prosaico y profundizar en lo espiritual. Quede bien en claro que no estoy hablando de religión. Hablo de la obra y actitud poética que se une con el Todo. Esa es para mi la verdadera poesía como obra de arte. Hilando más fino, aclaro, que con esta reflexión, no intento hacer una división estricta ateniéndome sólo a formas y estructuras. El verdadero "escrito poético", en el sentido de su profundidad, también puede estar contenido en la narrativa u otras formas literarias. De hecho, hay narradores que son verdaderos poetas. La poética genuina, es la que involucra a todo aquello que puede integrarse en lo Universal; la que, por ejemplo, si refiere identidad, no promulga ni hace apología sectarista, sino que despierta al hombre hacia un sentido fraternal y cósmico. El arte en sí debe ser cosmológico. Muy bien, el tema da para ahondar en otra ocasión. Ya conocemos la realidad. Te dejo la pregunta: ¿No crees que esa realidad necesita alguna corrección?...
 Juan Carlos Luis Rojas