Todo es uno. Hay un hilo conductor que relaciona a las partes con un todo. Pero las partes deben hallar una consciencia del Todo... Un poco de aquí y de allá.
viernes, 8 de agosto de 2014
Carroza de fuego - (Narrativa de Juan. C. L. Rojas)
lunes, 2 de mayo de 2016
Sonrisa y empatía
Juan Carlos Luis Rojas
jueves, 23 de noviembre de 2017
Alas
sábado, 18 de junio de 2016
Avanzar
peso de la vida y sus flores.
Mientras el Sol se levanta
carcomiendo espacios
de las sombras.
el pecho frío de las horas.
El tiempo que alimenta
la febril cuestión
de las arterias.
avanza
asumiendo en su victoria
la fortuna de vivir.
acaso
con los perros bondadosos
de puentes y matorrales...
Dormirse un tiempo
en la sanación
de rigor y natura...
Pero avanza...
Y es una columna tambaleante
que restablece
vez tras vez
su curso inclaudicable...
Un poco más, un poco más...
Y va cobrando fuerzas
el vigor sereno
de la calma.
Va demoliendo sus esputos
tras cada exalación determinada.
es porque hay otras,
y en otras...
¡Pero no en vano
será lo andado!...
el perfume y el sabor
de lo vivido.
No han de ser en vano
los callos endurecidos
de los años y del combate.
Avanza...
Una sonrisa se delinea...
Aquella mueca
que se afianza
por sobre el dolor.
Y avanza....
Con los ojos hecho luz
ya, sobre la amplia sonrisa...
Con la determinación a cuestas
y en el alma
el sabor de haber vencido.
sábado, 13 de febrero de 2016
Por esta sonrisa
Imagen de internet:
http://maryleydihernandez.blogspot.com.ar/2011_06_12_archive.html
Y todo es nuestro al fin...
la muerte que nos lleva.
viviendo un poco más,
vivamos con todo el sabor
de sentirnos a pleno
aún en ese morir...
y nos levantan.
martes, 10 de octubre de 2017
Hacia el nuevo hogar
(De la serie: "El niño, el muro... y la libertad" Juan C. L. Rojas
En esa mañana de sol a pleno, su mente tejía confusos colores. No los colores que la hermosa mañana avivaba en los rosales y en las dalias exuberantes del jardín; no los tonos, verde pastel, de irupés y camalotes flotando en la laguna, allí, detrás de la casa; tampoco los del bosque allá, en la otra orilla misteriosa de esas aguas calmas. No, no eran esos los colores que ahora lo inquietaban, sino los que se movían en el profundo interior de su alma.
Sentía un estado de conciencia a medias, donde el factor dominante era la duda, la incertidumbre.
Quizás porque no veía otra opción, su única respuesta era la que involucraba huir del pasado, entrando sin renuencias a las circunstancias que iban apareciendo delante de él, o a pesar de que le fueran impuestas; y que esto resultara en tapar los recuerdos, insuficientes afectos…, introduciéndose de lleno en el miedo y el dolor.
Tal vez era una forma de buscar puertas de salida a todo eso, o una puerta de entrada que lo llevara a satisfacer alguna carencia que ni él mismo, por ser niño, entendía bien de qué se trataba.
Ya había escuchado algún comentario,... decisiones con respecto a él, palabras dichas a su espalda. "Los adultos deciden sobre la vida de un niño", pensaba, "después de todo el abuelo es bueno, aunque no sabe ni escribir. El también fue abandonado y encontrado en los bosques del Paraguay, cuando era chico. Al final no conoció ni a sus padres, sólo a un hermano, ya después de viejo... Dicen que la guerra…"
Mientras en su pensamiento todo se mezclaba, vio a su abuelo acercarse. Este respiró hondo sofrenando un suspiro. Palmeó cariñosamente el hombro del niño en un gesto poco acostumbrado…
-Vas a ir con el doctor, mi’jo. Seguro que vas a aprender muchas cosas –le dijo con una sonrisa que pretendía ocultar algunas lágrimas, las que aparecían inevitables y aumentaban el brillo de sus ojos azules.
El abuelo, de buen carácter, de fácil sonrisa, de porte físico mediano, sumamente trabajador y con el concepto de la honestidad grabada a fuego en la sangre, no sabía ni leer ni escribir y era casi el único sostén de la familia, que se componía más de nietos que de sus propios hijos.
El espacio de tierra que poseía estaba siempre cultivado con árboles frutales, verduras, e incluso tabaco, que luego de cosechar con su esposa, lo procesaban caseramente para venderlo en el Paraguay o en el vecindario de la isla.
Tenía aves de corral y algún ganado vacuno que carneaba de tanto en tanto, y leche para consumo familiar. Todo esto le demandaba actividad desde la madrugada; porque además era empleado estatal de salud pública del Chaco. El pequeño sueldo obtenido, cubría apenas los gastos hogareños que no lograba hacerlo con la producción casera.
Conformaban una buena sociedad el abuelo y la abuela; él, correntino; ella, paraguaya. El, atendiendo no sólo lo de la casa, sino también la actividad externa; y ella ocupándose de todo lo doméstico, aferrada a una pipa siempre humeante, y un rebenque eternamente bajo sus brazos con el que domaba tanto a niños como a los animales.
El origen de la conformación familiar y el asentamiento en una isla del Chaco argentino, habría que rastrearlo en los vericuetos políticos, intereses económicos de las grandes urbes (corrupciones incluidas) y las guerras asociadas. Todos sus hijos nacieron en el Paraguay, y la mudanza fue la resultante de inestabilidades políticas. Pero, de todo esto, no siempre le llegan a un niño los elementos de la comprensión de sus orígenes o la atenuación de las consecuencias de esos desarrollos y sus resultados.
El niño no entiende que en la burbuja de su pasado cercano y su origen ya están incluidos los condimentos de su presente.
La lancha saldría a las once de la mañana hacia Paso de la Patria. La preparación para el viaje era escasa; pocas y modestas pertenencias; sin embargo la sensación que percibía era la de una marcha definitiva, un viaje sin regreso.
A la hora de la despedida, los primos y hermanos rondaban cerca, silenciosos, sin más expresión que los ojos bien abiertos clavados en él.
Miró por última vez hacia "el bajo", allí donde el río al crecer, descargaba algo de su fluido formando una laguna. Dio un vistazo a todo el panorama desde donde estaba un aliso estaqueado, hundido horizontalmente a ras de la tierra, en el borde del patio posterior de la casa; ese tronco estaba colocado ahí para detener la erosión del terreno. Prolongó su mirada hasta el fondo, allá donde acostumbraba a cantar la garza mora, cuando aparecía en el bosque al amanecer, del otro lado de la laguna. Volvió su mirada y la detuvo brevemente en el pequeño puerto improvisado, al que muchas veces despejó de irupés y camalotes, para el trabajo de lavanderas, que le estaba asignado a sus primas y hermana. Volvió más atrás su vista, nuevamente dirigida al borde del patio, bajo el árbol de paraíso donde en ese momento dormía Rompe, el viejo perro de la casa. Mientras tanto, Díquel, el perrito con que jugaba a menudo, parecía saber de su partida; giraba y giraba a su alrededor, moviendo incansable su corta cola.
-Che cunumí (mi muchacho), atá ese animal –dijo el abuelo a otro de sus nietos.
Al fin se despidió. Saliendo de la finca, caminó por el pasillo largo ubicado a la izquierda. Debido a la sombra de los árboles la tierra todavía conservaba la humedad del rocío. Mientras caminaba surgía en su mente un replanteo insistente de cosas y circunstancias que traía el recuerdo.
Los mamones altos a su derecha, sumamente quietos, prolijamente en línea, como formados para guardia de honor, parecían decirle adiós en silencio. Detrás de esa línea de árboles frutales aparecía el mandiocal, que empezaba a asomar joven sobre la huerta. A la izquierda, flanqueaba su camino un alambrado de púas tensado sobre postes viejos, de los que en una oportunidad, uno de ellos no resistió el peso de su travesura rompiéndose; así pagó entonces, con sangre de sus piernas, el pase a la casa del vecino.
Cerró el portón prolijamente y ajustó el cierre del bolso; mientras lo hacía, observó la puerta abierta del almacén de al lado; surgieron entonces en su retina los trazos gráficos de la libreta de crédito y con ello la semblanza del abuelo, su escrupulosidad en pagar la deuda sin pasar ni un día más de lo acordado.
A los once años de edad no entendía cabalmente la dinámica del dinero, pero sí sabía cómo afectaba su carencia por las restricciones que imponía, hasta en las necesidades tan vitales como la alimentación; es más, sabía que era debido a estas restricciones, y no sólo a la búsqueda de futuro, que tenía que marcharse.
Si bien ignoraba los parámetros con que se movía el mundo de los adultos, sí llevaba incorporada en su conciencia las normas del cumplimiento y la honestidad tantas veces platicada por el abuelo en los momentos de la sobremesa, especialmente después de la cena.
En esta despedida no podía definir si en su sentimiento había realmente tristeza o era que pesaba más la curiosidad, la posible alegría de lo nuevo. Sin embargo sentía los abrazos de la isla, los de sus sombras y sus luces, la humedad cercana de los ríos, sus frescores; los sentía como el adiós a lo amado.
Subió al terraplén, callejón pavimentado y sinuoso bordeado de eucaliptos que lo llevaba hacia el puerto. Ahora, una voz que difundía el aire conseguía aquietar sus pensamientos; era el murmullo del río traído por el viento y también el sonido de las ramas de los árboles azotándose en sus copas. Caían las hojas y él se veía como una hoja más, ahora dejada al viento.
Cuando bajó al muelle los tripulantes de la lancha estaban en los preparativos finales de carga; como casi siempre, había una mezcla de castellano y guaraní en el habla de la gente; eran generalmente conocidos entre sí y mezclaban cordialidad y bromas con la intensidad del trabajo.
-¡Oh! Mba’éicha pa che ra’a (Como estás mi amigo). Vos sos el nieto de don Tabí, ¿no? -lo recibió cordialmente el lanchero.
-Si, buen día, -contestó con algo de timidez.
-Así que te vas con el doctor Palowski… Me contó tu abuelo.
El lanchero hizo sonar sus palabras como apropiándose de cierto orgullo que suele darse cuando la humildad se une a la ignorancia; a veces, como una manifestación de solemnidad fetichista, dirigida hacia la formación profesional o a un determinado status social. Palowski es un apellido polaco, pero el doctor era alemán. Consiguió su nueva documentación con ayuda del Vaticano, cuando Alemania perdió la guerra. También obtuvo, con esa documentación y pasaporte, una orientación hacia qué países dirigirse; donde no fuera “molestado”.
-Sí –contestó parcamente el niño.
-Bueno, si querés, subí; acomodate donde puedas ch'amigo.
Subió con cuidado debido al balanceo de la lancha y se ubicó en el lateral de babor, para dejar libre el paso de carga por estribor, que era el lado por donde estaba amarrada la embarcación.
¿Son los recuerdos como ondas cósmicas del tiempo, circunstancias repitiéndose infinitamente? Así le parecía este momento; como un recuerdo convirtiéndose en concreta realidad presente.
Ahora, nuevamente se movía el mundo, su mundo infantil. Se movía con la lancha, con el muelle, con los árboles, y todo con el río. Como aquella vez, cuando vino a la isla en su primer regreso, cuando en esa oportunidad involucró también otra despedida, la de su padre. Sentía otra vez esta mezcla de recuerdo y realidad palpable. De nuevo vibró ese pequeño mundo solitario dentro de otro mundo mayor, desconocido e indiferente hacia él.
Ya todos a bordo y con el amarre liberado, la lancha se alejaba lentamente del muelle adentrándose en el río Paraguay, luego bajaría un corto tramo hacia el Paraná, que estaba allí nomás, a la vuelta del recodo de la isla. La turbiedad acentuaba el misterio del río que batía sus lenguas infinitas salpicando los rostros pensativos; también salpicaban los sueños, dentro de esas mentes casi adormecidas por el ruido del motor. Juancito miró hacia atrás; siempre le intrigó hacia dónde se dirigiría la extensión del río. ¿Qué hay río arriba?... Querría remontarlo alguna vez. ¿Es el deseo el embrión de un sueño? ¿Es el sueño un camino donde sólo hay que ponerse a andar? La luminosidad del espacio más abierto lo retrajo de sus pensamientos, cuando en ese punto de la navegación la desembocadura se abría ya casi tocando al río Paraná.
En dirección a proa no se veía la costa. Ahondó la mirada en el engañoso espacio infinito. En el horizonte sólo se veían algunas gaviotas. Volvió la vista hacia lo que dejaba atrás. Debajo de la popa el río espumaba blancura, la que contrastaba con los diferentes verdores de las costas (paraguaya y argentina) haciéndose más vivos gracias a el sol de la mañana.
-¿Querés un mate, Juancito? –le preguntó el lanchero, apartándole de su abstracción en el paisaje.
-No, muchas gracias don Arévalo –respondió, mientras modificaba su postura sobre un listón de la quilla, donde estaba apoyado.
Estaba ubicado cerca de la cabina y podía escuchar la conversación del lanchero y su ayudante.
-¡Cova co Gomecito ra’y! (¡Este es el hijo de Gomecito!) –continuó Arévalo, ahora dirigiéndose a su ayudante. Lo hizo con cierto tenor de respeto machista, a lo que se refería. Palas, el ayudante, no respondió.
-E jhendú pa jhina (¿Me estás escuchando?) –reclamó Arévalo, en tono burlón.
-A jhendú (Oigo), –respondió Salas, a desgano.
-Hijo’e tigre co cunumí (¡Es hijo de tigre este muchacho!) –enunció de nuevo Arévalo, con clara intención de zaherir a su compañero.
-¡Bah! ¡Maba pa tigre! (¡Bah, quién es tigre!) –dijo Palas, tratando de neutralizar la chanza infligida...
-¿Maba pa?... (¿Quien?...) Ja ja ja… Me dijeron, que con Gómez te salió mal lo de la rubia aquella.
-¡Bah! ¡No pasó nada! –se defendió Palas. Arévalo largó una risotada.
Como premisa inevitable, esta conversación llenó su mente de preguntas e inquietudes referidas a su padre. ¿Qué conocían de él estos hombres? ¿Cuáles fueron las andanzas de su padre por estos lugares? ¿Saldrá alguna vez de la cárcel? ¿Lo volvería a ver?
Ahora, la lancha entraba en el planchón más claro y amplio, al cruzar la línea divisoria que producen las corrientes y las diferentes turbiedades de las aguas. A la derecha del panorama de popa se desarrollaba la punta del continente paraguayo; esas barrancas también habrán de quedarse entre aquellas cosas que habrían de alimentar su curiosidad y se añadirían, a la sumatoria de inquietudes insatisfechas. Los monos carayaes estaban silenciosos en la silvestre vegetación; es en el ocaso cuando estos suelen alterar escandalosamente el silencio del lugar; sólo una canoa pequeña, tal vez pescadora, aparecía casi camuflada por el tupido follaje. A la izquierda todavía se notaba la isla en la prominencia de su cerro, el cual remataba su cresta con la fachada ambarina de la iglesia principal.
En este punto de la mirada, vino a su mente el recuerdo de aquellos preparativos inconclusos para el catecismo y los rituales religiosos que jamás pudo entender. Allí apareció en el recuerdo los juegos y travesuras, las andanzas en el bosque y en el río. "¿Volveré algún día a navegar sobre los troncos, los alisos traídos por la inundación?". Al volverse hacia babor, una estampa conocida pero casi fantasmal cortó sus pensamientos; desde el horizonte bajaba por el río una jangada; a lo lejos era sólo una tosca línea derivando sobre el agua. Encima de esa línea había una pequeña figura que parecía ser la de un hombre erguido y cerca de éste, la de otro hombre sentado. Aparentemente tomaban mate.
...Sí, eran hombres nomas, no fantasmas, los que navegaban sobre un tendal de maderas bañadas por el agua; pero a la distancia, el conjunto parecía un simple garabato dibujado en la página acuosa del horizonte. Bajaban a la velocidad lenta de la corriente sumada a la fuerza inercial del maderamen, el cual tenía un tamaño desproporcionado con relación a la cantidad de sus tripulantes.
De nuevo surgieron la inquietud y esas preguntas que se apilan en el arcón de los misterios que suele atesorar un niño. ¿Cómo es que a esa gigante acumulación de inerte vegetal, puede dominar y conducir un pequeño hombre cabalgando a la intemperie sobre la húmeda planchada de troncos?...
Pasó la jangada por atrás de la lancha; casi al filo de la distancia audible de un sapucai (grito); pasó con su respuesta de silencio. Golpeando con la instigación de la curiosidad a esa mirada de niño; mirada perdida ahora en la llanura blanca; perdida en el horizonte verde y en la opacidad de la distancia.
En el medio del río el motor de la embarcación con su ruido monótono jugaba a vencer los sentidos, sin embargo, muy tenue ahora, como esbozo de dibujante, empezaba a divisarse la otra costa, mientras la primera se perdía a lo lejos con la estela de la lancha.
Corrientes aparecía brillante bajo un día de sol al momento de la siesta provinciana de uno de sus pueblitos litoraleños, Paso de la Patria. El alemán, el doctor, con su uniforme de médico, estaba todo de blanco esperándolo ahí mismo en el muelle, parado a la media sombra de un techo de protección; tenía las manos detrás de la cintura y en su cabeza una gorra de tela floja que le caía sobre la frente y las orejas. Seguía inmóvil mientras amarraban la embarcación. El niño notaba sobre sí la mirada escudriñadora, persistente, sin más gesto que el silencio del alemán, que mostraba así, un atisbo de la actitud severa y militarizada con que era conocido; continuó así, aún hasta después de haber bajado el niño, y habérsele acercado.
-Buenas tardes, doctor –saludó entonces, Juancito.
-¡No, así no! -Reaccionó el alemán de manera áspera-. ¿A ver? ¡Párate bien!... Así, firme, e inclinas la cabeza… Ahora sí, buenas tardes.
Juancito obedecía mientras algunos pasajeros y tripulantes miraban sorprendidos, o risueños y en silencio, esa escena. –Le hizo repetir el saludo incluyendo todo el proceso formal.
Luego de esta primera lección caminaron callada y largamente hasta lo que sería su nuevo hogar. No podía evitar la tensión de ese silencio. El alemán caminaba a grandes zancadas delante de él, y su atuendo blanco, ahí, a un paso de distancia, irritaba sus ojos al reflejar la luz; el niño hacía descansar sus ojos dirigiéndolos hacia la gramilla amarillenta entre el polvo reseco del camino. A pesar de que el sol mostraba su fuerza desde arriba; en su optimismo de niño, Juancito lo sentía como un poderoso dios protector; optimismo al cual coadyuvaba la curiosidad sobre lo extraño del lugar, la conformación urbana, la ubicación más ordenada de las casas, las calles bien definidas, los autos, y otro tipo de gente.
En realidad quedaba sólo a unas cuadras el lugar a donde se dirigían, pero la incomodidad psíquica inducía en los sentidos la exagerada extensión del andar.
A la izquierda se podía ver algunos "lamparones" del río en los claros que se formaban entre árboles y edificaciones lindantes con la costa. Todo estaba calmo, no había viento y no se oían las olas rompiendo contra la barranca. El itinerario de la caminata la mantuvieron a una cuadra de distancia del río, y respecto del mismo, también esa era la ubicación de la casa del alemán.
Juancito comprendió que llegaban, cuando el alemán cruzó un puentecito sobre la cuneta, el cual daba frente a un portón de hierro y alambre tejido, justo en la mitad de la parcela amurallada. Esta encerraba huertas, árboles, chiquero, gallinero, jardines y dos casas; una en cada extremo del terreno.
El portón rechinó con estrépito al abrirse, pero no llamó la atención de una mujer que en ese momento regaba las plantas. Esta siguió en su labor mostrando total indiferencia a los recién llegados. Parecía malhumorada.
-¡Señora Antonia! –dijo en tono amonestador el alemán al acercarse. Sólo entonces, ella levantó la vista hacia él y dirigió una mirada de soslayo, casi reticente, al niño.
Esta escena dejó abierto en su entendimiento un panorama de curiosa incertidumbre que le producía un incómodo escozor, pero ahora, sin otra vía de salida, este era su nuevo hogar, y debería aceptarlo, aunque lo sintiera como una nueva imposición; un mandato que no podía, o no sabía cómo evitar.
Autor: Juan Carlos Luis Rojas
viernes, 2 de octubre de 2015
La sonrisa
domingo, 4 de septiembre de 2016
Sonrisa franca
Juan Carlos Luis Rojas
viernes, 19 de mayo de 2017
Cuota de sonrisa
En cada instante posible, más aún si en soledad, memora aquello que te hace sonreír, y entonces toma tu dosis diaria.
Juan Carlos Luis Rojas
https://todo-es-uno.blogspot.com.ar/search?q=sonrisa
lunes, 18 de diciembre de 2017
Lozanías del alma
"De esta condición de vivir que a veces nos toca, busquemos ese momento de paz, de refrigerio, donde nuestros ojos se abren limpios, claros de luz, el ceño distendido, y acaso nuestro rostro esbozando, al menos, una leve sonrisa; expresando lozanías, de allá, de algún lejano rincón del alma"
Juan Carlos Luis Rojas
viernes, 24 de marzo de 2017
Heridas y derrotas
Hiere el adiós
como un hacha etérea/
Cuando cae su filo
invisible y cruel.
Se deslizan entre sí las manos
/rozándose/
hasta el último contacto
en la punta de sus dedos...
/despidiéndose/
Sólo un café amargo queda
para endulzar esta melancolía.
La ansiedad construye
sus alas temblorosas
que torna a la ternura
torpe y sin sentido.
Cuando se aquietan mis manos
frías y distantes de tu piel
no sé si es tal su conquista
como el derecho de mis dedos
en tus senos solazarse.
¿Por qué estos pasos míos/ tercos/
van con vos hacia la cima incierta
si yo bien sé
que volverán rodando en la pendiente
tras el golpe cruel de lo imposible?
Eslabones perdidos de historias quedan
en la cadena de la vida/
Suenan/
como heridas y derrotas
y como siempre... ¿hasta cuándo?
El débil cordón de plata que nos une
se funde cada tarde
en la flama dolorosa del adiós.
¿Es sólo fugaz aventura de un sueño
lo que me marcan tus ojos
cuando juegan su ironía en la sonrisa?
Arremete a veces el secreto punzante
de tu palabra abrupta y callada/
¿Me dice, acaso, su silencio
lo superfluo...
lo imposible de este amor?
Autor: Juan C. L. Rojas
domingo, 12 de marzo de 2017
Tus manos
son tus manos.
Canción que suena
a luchas y refugios.
Letradas son/
de fríos
y auras otoñales.
Adalides/
que husmean la tristeza
de estos hombros.
Piel de lo profundo
que distiende la crispación
de mis propias manos.
planchan
el cuello de mi camisa.
Corrigen/
el descuido bohemio
de mi pelo.
Tal vez juegan a la ternura
tus manos/
¿Será su juego
la esencia del amor?
torpes de bellezas
cuando caen sobre mi espalda
levantando mi sonrisa.
Pabellones de universo las mías
que huelen a riachuelos
y a barro.
Hundidas semillas las tuyas
ocultas/
en el misterio de amar.
a la transparencia azul
de mi aliento.
de abrevada tierra.
Canción que dulce suena.
Hiedra/
que sutil su piel bifurca
en las almas...
¡de estos!
mis muros sedientos.
jueves, 14 de julio de 2016
Temblor
que de mirarte
se desboque
un galopar...
en mi pecho.
Es que me rebasas
con tus ojos
que envuelven
con su luz
la paloma asustada
de mi ser...
modulando va
esa mirada tierna
de mar
en temblor vivo,
humedad
y rumor
en el suspiro
hendiéndose en mi
desde su capullo
deseable de libar.
que tenue y suave
aspiran
alientos y suspiros
pétalos de rosas son
para mimarme en su perfume.
Es sino de su sino
desflorarlo en besos
que al ser amado
tornen aún
más hermosos
latiendo
en rojo punzó
su pasión de ser..
el gozo de amar.
viernes, 14 de julio de 2017
Sobrevuelo
tu sonrisa
en que amanece mi día...
Transcurren sus horas
y en el espacio almacena...
la escena
de tu vos silente...
que en mi memoria
latente
ahora envanece
al tinto vaso
de mi corazón.
Sobrevuelo mi cielo,
gorrión de recuerdo...
Acaso ya
descoloridas plumas,
hojas,
danzando en otoño.
Pudiese llegar...
desde los sinos
transparentes del tiempo
desde los sueños vividos
desde la trastienda
donde canta el olvido
y pudiera entonces
darte
un nuevo canto
renuevo bello
de un amanecer...
...Despabilarte
a un nuevo tiempo...
de todos los besos
de toda ternura
de todo el amor...
Autor: Juan C. L. Rojas
OTOÑO
https://todo-es-uno.blogspot.com.ar/search?q=otoño
martes, 29 de mayo de 2018
Sueño después del sueño
Pude soñarte
una vez más esta noche
y arden mis ojos
vueltos a la suave grama que transitas
cuando la inquietud interroga de inmediato.
¿Dónde estarás
cuando buscando la primera luz
se abren las ventanas de mi ser?
¿Luz de quién
entonces
será tu rostro?
Y en esta mañana que te pienso/
cuando pretendo distraerme
en el desenredo del silencio/
en esta mañana de ausencia y lejanía
¿Qué sentirá tu piel
qué tus manos
añoradas de mis dedos?
El boceto de esta niebla de otoño
divaga entre el recuerdo....
y es así que me ilumina
...pero extraño sin embargo
la danza discreta de tu andar...
el fuego rítmico que encendemos/
La flor de tus labios conjugada en la sonrisa.
Veo tu luz
en las sombras de la luz
adentrándose en mi alma/
con su brillo/
y la elocuencia completa de tu mirar.
Suena el ventanal de mi balcón...
son los suspiros descubro
que se derrumban juguetones con el viento.
¿Volverás quizás a cultivar
al menos
los surcos de mi calma solapada?...
Sólo me responden
el misterio gris de esta niebla
y el viento sibilante
que atenaza a las paredes
¡Qué terco el sentimiento
que deja este mensaje
como un puente sublimado/
un puente que se extiende
hacia la otra orilla ansiada del regreso!
Autor: Juan Carlos Luis Rojas
martes, 17 de mayo de 2016
Rubores de aurora
te meces en mi pecho...
que, rubores de aurora
se abren como rosas
en este, mi anochecer.
y matizas en fucsia atuendo
para hacer que las estrellas
paladeen tu hermosura.
y completes el hechizo.
Y acaso murmures
y me digas tu sentir.
sueltes las alas de tu amor,
vuelo hermoso que no retengo,
y con esta dicha de mirarte
germine un brote hacia el alba
ya henchido el pecho, del amanecer.
se ajustan en la sonrisa de tus ojos
en la picardía vibrante de tus pechos...
¡Allí yacen, en la memoria de mi boca!
se deslizan en laderas de mis muslos
que no son los tuyos de ávida fortaleza,
bellas columnas en el templo de Eros,
devorando, sus naves y abadías
elevándome de gozos y victorias,
sien alerta y sensible de mi espíritu.
viernes, 26 de junio de 2015
Esa poesía mejor
La mejor poesía es,
aquella que rescata el alma,
la que sana y fortifica al espíritu,
aquella que devuelve al propio ser
la capacidad de construirse en sí mimo
y puede recrearse hasta en lo cósmico.
Esa poesía puede surgir
de la simple compañía de la soledad,
puede devolverte el mundo gentil
en sólo un instante
cuando la paz se recompone
en el pecho.
Y entonces respiras mejor
sintiendo que el aire te pertenece,
en el que te vivificas
de solo estar,
de agradecer,
de volver a sentir lo verdadero.
Sientes ahora
que las cosas despiertan a tu paso,
que tu sonrisa
es una flor grata ensamblada en otra
y tu cansancio se disuelve
en los confines del éter.
En un suspiro sientes
lo posible de la esperanza
aunque deban caer viejos imperios
o debas erigir universos nuevos.
Esa es la poesía buena
la mejor poesía
donde el sentido
y los sentidos,
como frescas semillas,
sorben de nuevo
los bellos nutrientes de la vida
y del amor.
Autor: Juan Carlos Luis Rojas
sábado, 27 de mayo de 2017
No hay adiós
No permitas/
que la humedad de la tristeza
ascienda/
por los capilares dolidos del alma.
No permitas que te entristezca
la palabra cortante del adiós...
porque no hay adiós.
El amor
siempre ronda el mundo
en la fresca sintonia del espíritu.
Ese amor
no sabe/
de dioses ególatras
ni de caminos perdidos.
A partir de ahora/
a partir de hoy/
pon en tus manos las flores
que generosas se inclinan a tu paso.
No dejes marchitarse
la emoción valiente de la espera.
Dale una sonrisa
aromada de tu luz
al verdor de los anhelos.
Observa/
La vida es una aventura
de paisajes infinitos/
Aunque pueden a veces
sus follajes
herir al corazón.
¿Sientes la melancolía de violines
que se mecen en el pecho?...
Yo también siento/
Dame entoces
el placer de redoblar/
esta apuesta tambaleante
de gorriones.
¡Suelta ahora!...
¡Suelta bajo tus pies
esas semillas vacilantes del amor!
Recogerás los frutos/
Donde sea que vayas.
Donde sea que vuelvas.
Autor: Juan Carlos Luis Rojas
martes, 6 de octubre de 2015
Hoy llueve
Hoy, la lluvia que cae blanda
con el grisáceo rumor en los ojos,
que se afianza,
con esa cristalina sed de mi pecho,
sed de tus ojos
sed de tus manos...
Esa que cambia a ritmo lento mis pasos,
los pasos del alma ansiosa
y obliga un poco a transmutar
en curativo adormecer del corazón.
Hoy la lluvia que es buena,
mirándola desde este lado de mi río,
como arpas que en sordina suenan,
acomodando sus gotas
en notas y refugio...
Baja, el galope de esta marcha
a trote leve que suaviza el sueño,
refresca los párpados en su húmedo rozar.
Hay andares como rocío leve,
como cantares despejando el alma,
como esta lluvia que resigna esperas
y se vuelve sonrisa...
como aquella que musita tierna,
y en mi ser,
hoy llueve.
Autor: Juan Carlos Luis Rojas
Y llueve copiosamente por aquí...¡Buen anochecer a todos!...Juan Carlos Luis RojasHoy llueveHoy, la lluvia que cae...
Posted by Juan Carlos Luis Rojas on sábado, 9 de abril de 2016
viernes, 9 de marzo de 2018
Musical
Musical
Fueron nuestros días
subrepticio canto del silencio.
Ronda de celestes sonoridades.
Completo programa de un concierto
de humildes himnos/
cantos/
e ignoradas tragedias bajo la piel
acrisolando el alma.
¡Y es así como suena la vida!
Este estanque en el Universo/
donde reverberan los ecos
de brillantes soles/
nubosos horizontes.
Agradezco tus sonrisas
(aunque abemoladas)
pasaron el riesgo de las cuerdas
que más no se pudo tensar.
Agradezco a tus manos/
Fortalecieron los bastiones de mi espíritu.
Este espíritu que envuelve
a un ángel veleidoso
que transmuta en aire de palabras
esta dicha sufriente de vivir.
Llevo en el diapasón de mis huesos
tu corazón
su pianissimo acorde
que sonó sobre mi piel
cuando aletargaba
sus espacios de suspiros.
Que me miren tus ojos...
que ya los míos...
tranquilos
en este prolongado calderón...
que no dice
cuál es el compás que sigue/
cuál el que empieza/
Podré ejecutar
en un rincón tal vez
este mordiente chispeante de mis ojos/
Se notará/
en la sonoridad rallentada de violines.
En el fondo de esta sala de armonías/
ya se dieron a silencio
las cajas oscuras de los bajos/
sólo el aire vacío suena
de las gaitas distendidas.
¿Ves/ oís/
la campanilla suave de mi sonrisa
que atornilla el aire
para calmar tus ojos
y la ansiedad dolorosa de tu pecho?
¡Mira, no son culpas
estos golpes de timbales en nuestros oídos!
Sólo son sones/
que tañen
los duendes musicales del aire.
Oye, es imposible parar
este concierto beethoveniano.
Golpes violentos del amor.
...el silencio también es música/
música que fluye
cósmica y terrena
en la voz profunda del alma.
...Miremos el arroyo
este sinuoso devenir del tiempo...
nada más, percibamos
el perfume abrillantado
en estas notas del concierto.
Autor: Juan Carlos Luis Rojas